¡Amor y paz!
Toda la actividad de Jesús es resumida en el texto del Evangelio de hoy: predica, proclama la llegada del Reinado de Dios, siente compasión y actúa en favor de los marginados, enfermos y endemoniados.
Sin embargo, esta actividad tan intensa no nació de un programa político orientado a la obtención del poder, tampoco de un afán de ganar prestigio ni de un deseo de obtener lucro. No olvidemos que Jesús ora, todos los días y a todas horas, y que la oración está integrada a la misión que le ha confiado el Padre.
Hoy faltan muchos que, siguiendo a Jesús, oren, lean y proclamen la Palabra, se compadezcan y atiendan a tantos seres humanos que padecen el rigor de la enfermedad, de la exclusión afectiva, de la pobreza, de la incomprensión y la soledad.
Oremos porque haya más trabajadores en este mundo con la suficiente generosidad para realizar ese apostolado.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 9,32-38.
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel". Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
COMENTARIO
a) Jesús cura a un mudo. Probablemente, un sordomudo, porque el término que emplea Mateo puede significar ambas cosas.
La reacción ante el gesto de Jesús es dispar. La gente sencilla queda admirada: «nunca se ha visto en Israel cosa igual». Pero los fariseos no quieren reconocer la evidencia: «este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús, además de su buen corazón, que siempre se compadece de los que sufren -él recorre pueblos y aldeas y se da cuenta de cómo sufre la gente-, está mostrando, para el que lo quiera ver, su dominio contra el mal y la muerte, su carácter mesiánico y divino.
La escena termina con un pasaje que introduce ya el capítulo que seguirá, el discurso «de la misión». Jesús se compadece de las personas que aparecen «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y se dispone a movilizar a sus discípulos para que vayan por todas partes a difundir la buena noticia.
Pero lo primero que les dice no es que trabajen y que prediquen, sino que recen: «rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
b) También ahora el mundo necesita la buena noticia de Jesús.
¡Cuántas personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y «recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1).
Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás.
Está bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia.
Además, eso sí, pondremos todos los medios y energías para dar ese testimonio y hacer oír la voz de Dios en nuestros ambientes.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 118-122
http://www.mercaba.org/