lunes, 6 de octubre de 2014

No nos crucemos de brazos ante problemas que parecen sin salida

¡Amor y paz!

El reino de Satán ha llegado a su fin, pues ha llegado el Poderoso, que lo ata y lo arroja al abismo para que deje de perjudicar a los hijos de Dios. La expulsión de los demonios y los milagros son signos de que el Reino de Dios ha llegado ya a nosotros; de que Dios ha visitado a su Pueblo y nos ha librado de la mano de nuestros enemigos.

Después del amor que Dios nos ha manifestado, entregando a su propio Hijo para librarnos de las ataduras al mal y al maligno, no podemos pedir una señal más para creer en Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 10,25-37. 
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".  

Comentario

El Dedo de Dios nos ha librado de nuestras esclavitudes; no volvamos a ser esclavos del pecado. El Señor nos quiere libres; nos quiere sus hijos amados; no queramos unir a Dios y al Demonio dentro de nosotros mismos. Si realmente creemos en Dios no nos quedemos sólo con exterioridades; es necesario que el Señor realmente habite en nosotros y nos ayude a vivir siempre como personas renovadas en su Sangre. Por eso acudamos al Señor con una oración sincera y pidámosle que nos ayude a vivir sin hipocresías la fe que hemos depositado en Él. Vayamos con lealtad tras las huellas del Señor.

El Señor jamás ha dejado de amarnos, a pesar de nuestras rebeldías. Él se ha llenado de misericordia para con nosotros y nos ha enviado a su propio Hijo para librarnos del pecado que nos ata al autor del mismo. Dios nos quiere como a hijos, a quienes ama con un amor infinito.

En la Eucaristía vivimos el Memorial de la entrega de Dios por nosotros. En la Eucaristía acudimos al trono de la gracia para encontrar perdón y para encontrar vida nueva. Y Dios no nos rechaza, sino que nos recibe para restaurarnos y para revestirnos de su propio Hijo. Por eso hemos de aprovechar este momento en que Dios sale a nuestro encuentro y nos invita a hacer nuestros su Vida y su Espíritu. A partir de nuestro encuentro con el Señor iremos, con su mismo poder, a trabajar por hacer de nuestro mundo el principio del Reino de Dios entre nosotros, pues el reino del pecado irá desapareciendo del corazón de todos aquellos que inicien un auténtico camino de conversión, para encontrarse con Dios como Padre.

No cerremos los ojos ante toda la influencia del mal que ha afectado muchos sectores de nuestra sociedad. El Señor nos ha enviado a librar al hombre de sus diversas esclavitudes. No tengamos miedo ni nos desanimemos cuando veamos el trabajo tan intenso que tenemos los cristianos para sanear las diversas estructuras y ambientes sociales. Pareciera un trabajo imposible el trabajar por la justicia; el esforzarnos por implantar una economía más justa que no sólo enriquezca más a los que tienen todo, sino que vele también por los intereses fundamentales de las clases más desprotegidas. Vemos cómo se van minando muchos de los auténticos valores del hombre y que éste vive sólo en la periferia, buscando en lo pasajero una felicidad que no logra alcanzar, pues lo material no puede saciar las auténticas aspiraciones del hombre. La delincuencia organizada y el narcotráfico van segando muchas vidas, o las van dejando como vestidos rotos y sin rumbo fijo, hundidas en la depresión y en el estrés que, como un enemigo silencioso, ha destruido sus ilusiones y esperanzas.

¿Nos cruzaremos de brazos desalentados por una problemática que parece no tener salida, sino que va arrinconando cada vez más nuestra fe en un proceso de realización personal, dejando que los demás, si quieren se condenen, mientras nosotros aseguramos nuestra propia salvación? Los poderosos de este mundo son más hábiles en sus negocios que los hijos de la luz. ¿No podremos organizarnos como hijos de Dios, guiados por el Espíritu Santo, para iniciar un auténtico proceso de conversión que nos lleve a todos a reencontrarnos con la Verdad y el Bien, para que desde ahí podamos generar cambios en la vida personal, familiar y social? Necesitamos una conversión auténtica, no sólo hacia Dios, sino también hacia nuestro prójimo, hacia la fraternidad y hacia la solidaridad para trabajar en comunión por el Reino de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber aceptar con lealtad nuestro compromiso de fe para vivirlo tanto en el culto como en el esfuerzo diario por construir el Reino de Dios entre nosotros, no con nuestras débiles fuerzas, sino auxiliados por el Poder del Espíritu Santo. Amén.

Homiliacatolica.com