lunes, 6 de agosto de 2012

Seamos hermanos, no depredadores de los seres humanos

¡Amor y paz!

Hacemos una pausa en nuestra lectura diaria del Evangelio según San Mateo para leer el Evangelio según San Marcos, al celebrar la fiesta del Transfiguración del Señor. 

A Él lo contemplamos hoy en el esplendor de su gloria y se nos prefigura la realidad futura a la que estamos llamados gracias a su sacrificio, a su muerte y resurrección. Pero la gloria futura se construye a partir del reconocimiento de que todos los hombres somos hijos de Dios y que por tal razón tenemos una dignidad superior a la de cualquier ser de la creación. Esa misma relación de filiación debe llevarnos a entender la necesidad de valorarnos y respetarnos unos a otros como hermanos que somos.

“Sólo en la cumbre de la fraternidad, el auténtico objetivo de toda la historia humana, sólo en el amor por encima de la simple justicia -¡nunca por debajo de ella o al margen!- puede resplandecer un día la auténtica gloria y la dignidad del hombre, de todos los hombres. No basta con la igualdad, tan lejos todavía. Hace falta el amor. Porque el hombre sólo da la medida cuando es hombre con el hombre, cuando es un hombre para todos los hombres y no un depredador. El que no ama no se conoce a sí mismo, ni a los demás, no sabe cuál es su dignidad y su vocación. Tampoco reconoce a Dios y a su Hijo, Jesucristo” (Eucaristía, 1978, 36).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 9,2-10.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". 
Comentario

La transfiguración del Señor es como un anticipo de la gloria que alcanzará tras su triunfo sobre el mal, cuando se dé la la instauración definitiva del Reino de Dios.

Jesús, el hijo de David según la carne, atesora en sí mismo la gloria del Hijo de Dios que se anonadó para hacerse partícipe de nuestra vida e historia.

Que esa ‘gloria’ resplandezca en un momento de la vida del HIJO es una invitación a pensar y creer en el más allá.

Nosotros, en actitud orante, pongámonos ante el Señor transfigurado, suplicando que nuestra alma, corazón y vida sean transformados en la imagen de Cristo:

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.

Quiero ser tu vidriera, tu vidriera azul, morada y amarilla. Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero por ti en tu gloria traspasado.

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.

Mas no a mí solo; purifica también a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a decir el Padrenuestro.

Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

Si acaso nada saben de ti, o dudan, o blasfeman, límpiales el rostro,
como a ti la Verónica; descórreles las densas cataratas de sus ojos;
que te vean, Señor, como te veo. 

Transfigúralos, Señor, transfigúralos.

Que todos puedan, Señor, en la misma nube que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse de su figura nueva, y en ti transfigurarse. 

Y a mí, con todos ellos,
transfigúrame, Señor, transfigúrame.

DOMINICOS 2003