¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes 30 del tiempo ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Ef 5,21-33):
Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las
mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza
de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador
del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a
sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a
sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la
palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni
nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a
sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo.
Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor,
como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a
Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer
como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.
Salmo responsorial: 18
R/. Dichosos los que temen al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás
del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de
olivo, alrededor de tu mesa.
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga
desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Versículo antes del Evangelio (Cf. Mt 11,25):
Aleluya. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 13,18-21):
En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».
Comentario
Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas,
ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios:
es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a
hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo
manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta
parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la
esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a
la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla
sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo,
ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta
convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad
—fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la
Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la
comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo
[que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).
El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó
una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc
13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer
fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en
el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo.
Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la
masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la
corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es
necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.
Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se
refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al
crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.
Rev. D. Francisco Lucas MATEO Seco (Pamplona, Navarra, España)
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