jueves, 2 de septiembre de 2010

Jesús nos invita a echar las redes y pescar seres humanos

¡Amor y paz!

El agua tiene en el Antiguo Testamento un sentido negativo y caótico; sacar de las aguas es salvar (Gn 1.7; Ex 14; 15). Para Lucas, en la pesca sobre el lago está simbolizada toda la actividad de Pedro y de la Iglesia. Hasta entonces Jesús actuaba de una manera directa y personal; desde ahora actúa por medio de los hombres que los escuchan o cumplen su palabra (lanzan en su nombre las redes sobre el lago).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la XXII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 5,1-11.

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres". Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Comentario

a) Lucas nos narra la llamada vocacional de Pedro y de los otros primeros discípulos: "desde ahora serás pescador de hombres". Hasta ahora aparecía trabajando solo. Ahora busca colaboradores.

Ya ayer hablaba de Pedro el evangelio: Jesús curó a su suegra de la fiebre. Hoy nos cuenta cómo, para poder apartarse un poco de la gente que se agolpaba en torno, le pide a Pedro que le preste su barca. Qué satisfacción sentiría Pedro: ese predicador que se está haciendo famoso, por su palabra y por sus milagros, le ha pedido a él su barca.

Luego, aunque a regañadientes, porque tiene la experiencia del fracaso de la noche, echa las redes "por la palabra de Jesús". Y sucede lo inesperado: la pesca milagrosa, que provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración: "apártate de mí, Señor, que soy un pecador".

No debieron entender mucho lo de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les ha convencido: "dejándolo todo, lo siguieron".

b) Ser "pescadores de hombres" no significa nada peyorativo. Pescar a las personas, en este sentido, no es un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro provecho -en eso consiste la pesca de los peces- sino lo contrario: evangelizar, convencer, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor la buena noticia del amor y la salvación.

En el origen de nuestra vocación cristiana y apostólica tal vez no haya una "pesca milagrosa" o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, y la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo.

Probablemente lo que sí hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada" y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Sin él, esterilidad. Con él, fecundidad sorprendente. Y así vamos madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través de los días buenos y de los malos. Para que, por una parte, no caigamos en la tentación del miedo o la pereza. Y, por otra, no confiemos excesivamente en nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo.

Si no hemos conseguido más, en nuestro apostolado, "mar adentro", ¿no habrá sido porque hemos confiado más en nosotros que en él? ¿Porque hemos "echado las redes" en nombre propio y no en el de él.

J. ALDAZABAL

ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6

Tiempo Ordinario. Semanas 22-34

Barcelona 1997. Págs. 24-27

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