¡Amor y paz!
Lucas, compañero del
apóstol Pedro, es el autor del tercer Evangelio (que lleva su nombre) y del
Libro de los Hechos de los Apóstoles. Tras la muerte de san Pablo, cuyos
itinerarios, penalidades y experiencias vivió, parece que se dedicó a predicar
la Buena Noticia de Jesús por Egipto y Grecia.
En su rico Evangelio,
Lucas anunció al Sol que nace de lo alto, Cristo, nuestro Señor (Benedictus) ;
describió la infancia de Jesús y las escenas del hogar con José y María,
pintándonos un cuadro mucho mejor que el que podrían reproducir los pinceles; y
al escribir el evangelio del amor y de la misericordia, por ejemplo, en la
parábola del hijo pródigo, nos ha compuesto algunas de las páginas más bellas
de toda la literatura universal.
Y, a su vez, al narrarnos
en los Hechos de los apóstoles las correrías de Pablo evangelizador y el
movimiento espiritual de la primera Iglesia, nos ha servido documentación
valiosa sobre algunos aspectos de nuestros orígenes cristianos. Hemos de serle
agradecidos para siempre. Entonemos en su honor el himno de Laudes del oficio
de apóstoles:
Vosotros que escuchasteis la llamada
de viva voz que Cristo os dirigía,
abrid nuestro vivir y nuestra alma
al mensaje de amor que él nos envía.
de viva voz que Cristo os dirigía,
abrid nuestro vivir y nuestra alma
al mensaje de amor que él nos envía.
Vosotros que invitados al banquete
gustasteis el sabor del nuevo vino,
llenad el vaso, del amor que ofrece,
al sediento de Dios en su camino.
gustasteis el sabor del nuevo vino,
llenad el vaso, del amor que ofrece,
al sediento de Dios en su camino.
Vosotros que lo visteis ya glorioso,
hecho Señor de gloria sempiterna,
haced que nuestro amor conozca el gozo
de vivir junto a él la vida eterna. Amén.
hecho Señor de gloria sempiterna,
haced que nuestro amor conozca el gozo
de vivir junto a él la vida eterna. Amén.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este
jueves en que celebramos
la fiesta de San Lucas, Evangelista.
Ya
viene, ¡espérelo!
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 10,1-9.
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.
Comentario
La tarea misionera exige
de los enviados actitudes diametralmente opuestas a las vigentes en nuestra
sociedad, marcada profundamente por los valores del comercio. Para éste toda la
existencia puede ser considerada desde el "precio", valor monetario
que se convierte en único valor a tener en cuenta.
En la tarea propuesta por
Jesús a sus discípulos se afirman, por el contrario, otras medidas de
consideración. Para ello se afirma la necesidad de desligar la misión que se
debe realizar de los apoyos económicos exigidos en la vida comercial. Para el
camino que se propone "bolsa y saco" constituyen un impedimento más
que una ayuda.
Igualmente la finalidad de la misión rebasa los límites marcados por el ámbito comercial ya que apunta a la instauración de la comensalidad entre el enviado y aquellos a quienes se dirige.
Igualmente la finalidad de la misión rebasa los límites marcados por el ámbito comercial ya que apunta a la instauración de la comensalidad entre el enviado y aquellos a quienes se dirige.
En efecto, la
participación de la misma mesa es capaz de crear una profunda comunión, en la
que el prójimo no es visto como un competidor que pone en riesgo mi acceso a
los bienes, sino como un hermano partícipe de la misma vida con quien debo
compartir el alimento necesario para mantenerla.
Del mismo modo, la
hospitalidad ofrecida y aceptada se convierte en señal de la presencia del
Reino de Dios, en el que nadie se siente desplazado y en que los bienes sirven
para crear profunda comunión y no división.
De este modo la casa de la
acogida se convierte en expresión de la paz y de la bendición divina y en
espacio de realización humana tanto para los obreros cuanto para la cosecha.
Diario
Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).