jueves, 3 de abril de 2014

“He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben”

¡Amor y paz!

En el evangelio, Jesús aporta testimonios que autentifican su misión. El del precursor (válido exclusivamente para los que le habían conocido) y el de Dios mismo, que se hace accesible a los hombres de dos maneras: por las obras divinas que Cristo realiza, y por las Escrituras. Para reconocer este testimonio sobre Jesucristo hay que creer en Dios, es necesario que su Palabra habite entre nosotros. Y eso será verdad en la medida en que amemos a Dios y busquemos su gloria y no la nuestra  (Misa Dominical 1990/07).

Los invito, hermanos, a  leer y meditar el Evangelio y el comentario,  en este jueves de la IV Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 5,31-47. 
Jesús dijo a los judíos: Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero. Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió. Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida. Mi gloria no viene de los hombres. Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios? No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?". 
Comentario

I. Jesús, está claro que no puedo amarte si primero no creo. La fe es muy importante, porque es el paso previo a la caridad, al amor. Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la fe, ponerla en peligro. En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte (San Agustín, Comento sobre el salmo 39).

La fe se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad crítica, y continúe con una formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudocientífico y «progresista». Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, etc...

Si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras? Jesús, lo mismo que dices sobre Moisés, lo dices también sobre los apóstoles y los ministros de tu Iglesia: Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia (Lc 10, 16.). Si no oigo las enseñanzas de la Iglesia, si no las sigo, ¿cómo voy a creer? Los judíos «creían» en las escrituras; sin embargo, Tú les dices que no creen en los escritos de Moisés porque creen a su modo, interpretan a su manera. Igualmente, yo no puedo interpretar la escritura a mi manera. Quien a vosotros oye, a mí me oye.

II. Te aconsejo que no busques la alabanza propia, ni siquiera la que merecerías: es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido... ¡Qué grande es este hacerse pequeños!: «¡Deo omnis gloria!» -toda la gloria, para Dios (Forja, 1051).

¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que procede del único Dios? Si me busco a mí mismo: quedar bien, triunfar, y que los demás me admiren, ¿cómo voy a entenderte? Tú mismo has dicho: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños (Mt 11,25). Por eso, ¡Qué grande es este hacerse pequeños!

Jesús, Tú eres Dios y naces en un establo, vives pobre en una aldea perdida, mueres ajusticiado en una cruz, y te escondes bajo las especies de los alimentos más vulgares de la tierra: vino y pan. ¿Por qué actúas así? ¿Qué me estás queriendo enseñar con esto? Posiblemente quieres enseñarme que es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido.

No significa que deba hacer las cosas mal, o que me tenga que dedicar a labores de segunda categoría. Tú me quieres con prestigio profesional y humano, y en los lugares en los que el ejemplo de mi vida cristiana pueda llegar a más gente. Pero sin buscar la alabanza propia, ni siquiera la que me merecería. Toda la gloria te la mereces Tú, que eres quien me ha dado mi inteligencia, tantos medios materiales, la formación religiosa, continuas gracias espirituales, una familia como la que tengo, etc... Ayúdame, Jesús, a buscar siempre y en todo tu voluntad y tu gloria.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo I, EUNSA