viernes, 4 de febrero de 2011

Vivamos plenamente nuestro compromiso con el Señor

Amor y paz!

Entre el envío de los discípulos (6,7-13) y el regreso de su misión (6,30), Marcos introduce dos relatos, en el primero la gente opina sobre Jesús y en el segundo se señala la responsabilidad de Herodes en el martirio de Juan el Bautista. Es ocasión propicia para meditar sobre la manera heroica y comprometida como Juan cumple con la misión que el Señor le ha confiado. ¿Y nosotros?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la IV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 6,14-29.
El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. 
Comentario
Hablar claro es el papel del auténtico profeta, del enviado de Dios. Para Él no puede haber cortapisas; nadie puede comprarlo, pues es un enviado fiel a Aquel que lo ha enviado. No tiene miedo, pues el Señor saldrá en su defensa y, al final, lo llevará consigo eternamente. Juan el Bautista es fiel, hasta sus últimas consecuencias, a Aquel que lo envió. Al entregar su vida da paso para que la Buena Nueva del amor de Dios a los hombres se centre sólo en Aquel que él presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pues es necesario que Jesús crezca y que Juan venga a menos. Aprendamos de Juan a ser valientes testigos del Evangelio, con la valentía que nos viene de la presencia del Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones, para que nos impulse a proclamar el Evangelio para la conversión y el perdón de los pecados. Por eso la Iglesia de Cristo, a la par que ha de denunciar las maldades y pecados de los hombres, debe proponer un camino de amor fiel a Dios y de amor fraterno, comprometido hasta sus últimas consecuencias. Al final Dios será nuestra herencia eterna, pues, junto con Cristo, seremos herederos de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
Cristo entrega su vida como testimonio supremo de la Verdad que Él nos ha manifestado: Dios, que es amor, amor fiel y comprometido hasta sus últimas consecuencias. Juan el Bautista prefiguraba ya ese testimonio a favor de la Verdad, ante la que el hombre ha de confrontar su propia vida y no sólo conformarse con escuchar como discípulo olvidadizo. En este día nos reunimos para celebrar, en la Eucaristía, el Memorial de la Pascua de Cristo. Venimos trayendo, como ofrenda, nuestro trabajo en la Verdad y por la Verdad. Tal vez hemos sido perseguidos y hechos objeto de burla. Ese es el precio que pagamos día a día por ser fieles a Cristo y a su Evangelio. Ojalá y no nos acobardemos ante las consecuencias de nuestra fe, sino que, fortalecidos por el Espíritu Santo, la vivamos hasta sus últimas consecuencias.
El Señor nos envía como testigos suyos. No podemos quedar como perros mudos, como centinelas adormilados ante las injusticias sociales provocadas por quienes sólo se buscan a sí mismos. No podemos pasar de largo ante la pobreza y el hambre provocada por sistemas económicos injustos. No podemos cerrar la boca ante los desvalidos que son injustamente tratados. No podemos volver la mirada hacia otra parte cuando vemos el deterioro que han causado los poderosos en las clases más desprotegidas. No podemos temblar ante los que detentan el poder pero se han convertido en un azote para aquellos que les fueron confiados. Pero no sólo hemos de denunciar el pecado; Cristo ha de llegar a ellos como camino de salvación. Por eso, abiertos al Evangelio y a las inspiraciones del Espíritu Santo, hemos de proponer caminos de solución que, desde el Evangelio, ayuden al hombre a verse libre de sus esclavitudes al pecado. Si por ser fieles al Evangelio derramamos nuestra sangre, no debemos tener miedo, pues sólo el Señor es nuestra herencia. No queramos hacer del anuncio del Evangelio ocasión de mercado para nuestros propios intereses; no tratemos de hacer relecturas del mismo Evangelio para congraciarnos con los poderosos que se han ido por caminos nada cristianos. Vivamos en plenitud nuestro compromiso con el Señor y con la Misión que Él nos ha confiado.
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