jueves, 22 de julio de 2021

¡He visto al Señor!

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves de la XVI semana del Tiempo Ordinario, ciclo B, en que celebramos la fiesta de Santa María Magdalena.

 

Dios nos bendice...

 

PRIMERA LECTURA


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto    5, 14-17
 

Hermanos:

El amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así.

El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
 

Palabra de Dios.

 

SALMO    Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 (R.: 2b)

R.    Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.
 

Señor, tú eres mi Dios,

yo te busco ardientemente;

mi alma tiene sed de ti,

por ti suspira mi carne

como tierra sedienta, reseca y sin agua. R.


 

Sí, yo te contemplé en el Santuario

para ver tu poder y tu gloria.

Porque tu amor vale más que la vida,

mis labios te alabarán. R.


 

Así te bendeciré mientras viva

y alzaré mis manos en tu Nombre.

Mi alma quedará saciada

como con un manjar delicioso,

y mi boca te alabará

con júbilo en los labios. R.


 

Veo que has sido mi ayuda

y soy feliz a la sombra de tus alas.

Mi alma está unida a ti,

tu mano me sostiene, R.

 

EVANGELIO

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan    20, 1-3. 11-18

 

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?»

María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?»

Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.»

Jesús le dijo: «¡María!»

Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!»

Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”.»

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

 

Palabra del Señor 

 

PARA REFLEXIONAR

 

María de Magdala fue la primera testigo de la resurrección del Señor. Va al sepulcro muy temprano, siente dolor y tristeza y por eso llora. Corrió hacia el sepulcro para terminar los ritos de la sepultura; pero sobre todo quería reencontrarse con lo que estaba aparentemente perdido. Buscaba, aferrada al recuerdo que la mantiene, sentir la presencia de Aquel a quien había amado. La piedra había dicho la última Palabra sellando la puerta del sepulcro, y ahora la encuentra corrida. Se estremece al oír aquella voz familiar y tan querida, y su corazón, responde con palabras que la razón se niega todavía a pronunciar.

  • El Espíritu revela el único lugar donde Dios habita para siempre, y donde Dios ha elegido tener su morada: el corazón que ama. Ahí se busca a Dios y ahí se le encuentra.
  • María Magdalena nos enseña que el amor es el único camino de la fe. La inolvidable aparición de esa mañana nueva, no atiende más que a esta llamada, y la fe está toda ella en esta respuesta.
  • María se siente transformada por la presencia del Resucitado. Del dolor y del llanto pasa a la alegría. La resurrección debe ser una experiencia que nos transforme, nos haga sentir personas, nos convoque y nos envié a llevar esta buena noticia de vida a todas partes.
  • Confesar que Él es Señor y Dios, es entrar en comunión con Él, y dejar que la Vida, asuma nuestras muertes, nuestras pequeñas muertes de cada día y la muerte última y definitiva. Muertes que por Él, llevan en sí la semilla de una vida sin fin.

 

PARA DISCERNIR

  • ¿Cómo es mi experiencia de encuentro con el Resucitado?
  • ¿Experimento que me llama por mi nombre a una vida nueva?
  • ¿Siento el impulso de anunciar su presencia en medio nuestro?

 

ARZOBISPADO DE BUENOS AIRES

Vicaría de Pastoral