domingo, 18 de enero de 2015

“…Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él…”

¡Amor y paz!

Comenzamos el llamado Tiempo Ordinario, que comprende las más de treinta semanas del año litúrgico que no están comprendidas en los tiempos fuertes de Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua. Merece toda nuestra atención pues, como no está enfocado hacia alguna fiesta especial, tiene por objeto celebrar y alimentar la vida cristiana en cuanto centrada en la fe en Cristo muerto y resucitado.

La lectura evangélica describe la escena entrañable y programática de la primera llamada que hace Jesús a sus futuros discípulos. En resumen, es el itinerario de todo encuentro con Cristo.

Puede ser provechoso que recorramos, en una actitud de oración, la sugerente serie de verbos que se acumulan en el diálogo entre Jesús y aquellos hombres: "Qué buscáis?... Maestro, dónde vives?... Venid y lo veréis". (Antonio Luis Martínez Semanario "Iglesia en camino)"

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este II Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 1,35-42. 
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?". "Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.  
Comentario

Este es el Cordero de Dios (Evangelio). Estas palabras de Juan Bautista (cf. Jn 1,29) las repetimos antes de la distribución de la comunión y en el canto de la fracción: "Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo...". Resuena el conocido texto de Isaías sobre el siervo: "Maltratado se humilla, no abre su boca, como cordero llevado al matadero..." (Is 53).

Recordemos también que los israelitas degollaron y comieron un cordero la noche de la salida de Egipto, y que con su sangre pintaron la jamba y el dintel de las puertas de sus casas para protegerse la noche del exterminio, y que Jesús moría en el Calvario mientras los sacerdotes, en el Templo de Jerusalén, inmolaban los corderos con los que las familias judías celebrarían aquella noche la cena de Pascua. Esta imagen del cordero (hoy descontextualizada) apunta, pues, al ser íntimo de Jesús y de su misión salvífica.

Los dos discípulos siguieron a Jesús (evangelio). Toda la vida cristiana es seguir a Jesucristo; no de una manera material, con nuestros pasos, sino con la vida entera. Creer es seguir a Jesús, seguir sus huellas, ir detrás de él. El nos admite en su intimidad: Venid y lo veréis (...) y se quedaron con él aquel día; y ya no se movieron de su lado; más aún: Andrés condujo hasta él a su hermano (Hemos encontrado al Mesías!), de la misma manera que, al día siguiente, Felipe llevó también a su amigo Natanael.

Encontrar a Jesús es encontrar la perla y el tesoro (Mt 13, 44-46); pero con una diferencia sustancial: Jesús no es para mí sólo, en exclusiva, sino que su descubrimiento me empuja connaturalmente a llevar a los demás hacia la misma perla y el mismo tesoro.

JOSÉ M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/02