jueves, 27 de abril de 2017

El que cree en el Hijo posee la vida eterna

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer  meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este jueves de la 2ª semana de Pascua.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,27-33):

EN aquellos días, los apóstoles fueron conducidos a comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen». Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.

Palabra de Dios

Sal 33,2.9.17-18.19-20

R/.
 Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):

EL que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Palabra del Señor

Comentario

Hech. 5, 27-33. Hay Alguien que da testimonio de Jesús: de su salvación, de su muerte y resurrección, de su señorío y de su mesianidad: El Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Los Apóstoles también dan testimonio de lo mismo por la presencia del Espíritu Santo en ellos (Así en los sucesores de los apóstoles) y por su experiencia personal con el Señor. Nosotros también hemos recibido el Don del Espíritu Santo, que habita en nuestro interior. ¿Aceptamos su testimonio acerca de Jesús, o seguimos rechazando y crucificando al Señor? ¿Obedecemos a Dios u obedecemos a los hombres? Quien dice que ama a Dios pero no ama a su prójimo es un mentiroso. El amor a Dios se debe manifestar en el amor al prójimo. No podemos continuar condenando y crucificando a Jesús en aquellos que ante sus pobrezas, enfermedades o pecados, reciben la indiferencia de quienes se sienten seguros de sí mismos, o se sienten justos ante Dios y no quieren mancharse el alma por tratarlos o por acercarse a ellos para remediar sus males. Peor sería el que les hiciésemos más pesada aún su vida por nuestras injusticias y egoísmos, o los indujéramos a cometer pecados mayores. Demos testimonio del Señor no sólo con las palabras, sino con una vida recta que indique que somos guiados por el Espíritu de Dios, que habita en nuestros corazones.

Sal. 33. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. A pesar de que nos veamos perseguidos por los malvados debemos saber que el Señor Jesús vino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. No podemos pasarnos la vida en guerras santas, queriendo purificar al mundo de los malvados asesinándolos. El Señor nos ha enviado a buscar a la oveja perdida y a llamarla a la conversión, pues Dios, rico en misericordia, está siempre dispuesto a perdonar a todo aquel que le busca con un corazón humilde y sincero. Si Dios vela de nosotros y nos libra de la mano de nuestros enemigos, velemos por los demás, muchas veces atrapados en las redes de la maldad y, con el Poder que hemos recibido de lo Alto, busquemos por todos los medios librarlos de sus cadenas. Sólo entonces nos estaremos identificando con Cristo, pues su Espíritu estará guiando nuestras obras y actitudes y todos podrán hacer la prueba y experimentar el amor que Dios nos tiene sin reservas ni medida.

Jn. 3, 31-36. El Hijo eterno del Padre, Aquel que es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, se ha hecho uno de nosotros para que quien crea en Él tenga vida eterna. El Hijo da testimonio de lo que ha visto, y su testimonio acerca de Dios, su Padre, es verdadero. Él es el Enviado del Padre, y tanto sus palabras, como sus obras y su vida misma, son el lenguaje a través del cual nos ha revelado que Dios es Amor y que es Misericordia. Quien se ha entrado en comunión de vida con Cristo no puede continuar teniendo un lenguaje de maldad, de destrucción ni de muerte. Quien vive de espaldas a Dios, quien no acepta unirse a Dios por medio del Hijo es un rebelde que no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él, no porque Dios lo rechace, sino porque esa persona ha rechazado a Dios y a Aquel que es el único camino, que Dios nos ha dado para llegar a Él y para gozar de su vida y de su salvación.

En la Eucaristía, el Señor nos comunica ya desde ahora su Vida eterna. No sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos en verdad, pues entrando en comunión de Vida con su propio Hijo, el Padre Dios nos contempla como a su Hijo amado, en quien Él se complace. Por eso a la Eucaristía hemos de venir con un corazón dispuesto a que el Señor nos llene más y más de su vida hasta que, por obra de Él, lleguemos a ser perfectos como es perfecto nuestro Dios y Padre. Quienes participamos de la Eucaristía no sólo recibimos la vida que procede de Dios y que Él nos ha comunicado por medio de su Hijo, sino que al mismo tiempo recibimos la misión de hacer llegar esa vida hasta el último rincón de la tierra. Por eso no nos conformemos con adorar al Señor sino que asumamos nuestro compromiso de anunciar su Evangelio de salvación a todos los hombres.

De nada nos aprovechará el abrir nuestro corazón y nuestros oídos, por medio de la fe, al Espíritu Santo para que habite en nosotros. Él no es un adorno en la vida del Cristiano, no es sólo objeto de adoración y de gozo interior. Él es fuego que impulsa al cristiano para que dé un testimonio valiente de su fe en el mundo, y se convierta en un signo de salvación para todos. Si al paso del tiempo la Iglesia de Cristo no logra una verdadera conversión de los pecadores, debe reflexionar con sinceridad acerca de la lealtad con que se ha unido a su Señor. Abramos los ojos ante todos los signos de pecado y de muerte que existen hoy en nuestro mundo; no pasemos de largo ante ellos; el Señor nos envió a continuar su obra de salvación en el mundo. No vivamos cómodamente nuestra fe, tal vez anunciándola con valentía, pero sólo con los labios. Debemos ser concretos en la liberación del hombre esclavizado por la maldad, por el egoísmo, por la injusticia, y por muchas otras cosas que necesitan de una Iglesia comprometida hasta la muerte, en un amor hasta el extremo como lo hizo su Señor.