¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves en que celebramos la fiesta de San Marcos, evangelista.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (1Pe 5,5b-14):
Tened sentimientos
de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su
gracia a los humildes. Inclinaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para
que, a su tiempo, os ensalce. Descargad en él todo vuestro agobio, que él se
interesa por vosotros. Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el
diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes
en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los
mismos sufrimientos.
Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en
Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Suyo
es el poder por los siglos. Amén. Os he escrito esta breve carta por mano de
Silvano, al que tengo por hermano fiel, para exhortaros y atestiguaros que ésta
es la verdadera gracia de Dios. Manteneos en ella. Os saluda la comunidad de
Babilonia, y también Marcos, mi hijo. Saludaos entre vosotros con el beso del
amor fraterno. Paz a todos vosotros, los cristianos.
Salmo responsorial: 88
R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: «Tu misericordia es
un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
El cielo proclama tus maravillas, Señor, y tu fidelidad, en la asamblea de los
ángeles. ¿Quién sobre las nubes se compara a Dios? ¿Quién como el Señor entre
los seres divinos?
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh Señor, a la luz de tu
rostro; tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo.
Versículo antes del Evangelio (1Cor 1,23-24): Nosotros predicamos a Cristo crucificado, poder y sabiduría de Dios.
Texto del Evangelio (Mc 16,15-20):
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las
señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban
veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán
bien».
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó
a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando
el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
Comentario
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»
Hoy habría mucho que hablar sobre la cuestión de por qué
no resuena con fuerza y convicción la palabra del Evangelio, por qué guardamos
los cristianos un silencio sospechoso acerca de lo que creemos, a pesar de la
llamada a la “nueva evangelización”. Cada uno hará su propio análisis y
apuntará su particular interpretación.
Pero en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y mirando al
evangelizador, no podemos sino proclamar con seguridad y agradecimiento dónde
está la fuente y en qué consiste la fuerza de nuestra palabra.
El evangelizador no habla porque así se lo recomienda un estudio sociológico
del momento, ni porque se lo dicte la “prudencia” política, ni porque “le nace
decir lo que piensa”. Sin más, se le ha impuesto una presencia y un mandato,
desde fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo
crédito: «Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf.
Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos por obediencia, bien que gozosa y
confiadamente.
Nuestra palabra, por otra parte, no se presenta como una más en el mercado de
las ideas o de las opiniones, sino que tiene todo el peso de los mensajes
fuertes y definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la vida o la muerte;
y su verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía testimonial, es
decir, aparece acreditada por signos de poder en favor de los necesitados. Por
eso es, propiamente, una “proclamación”, una declaración pública, feliz,
entusiasmada, de un hecho decisivo y salvador.
¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que
«aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a
todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia.
Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su
obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban» (Mc 16,20).
Mons. Agustí CORTÉS i Soriano Obispo de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona, España)
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