¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 6 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (1Pe 5,1-4):
Queridos hermanos: A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Salmo responsorial: 22
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas
me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara, mis fuerzas; me
guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y
tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré
en la casa del Señor por años sin término.
Versículo antes del Evangelio (Mt 16,18):
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella.
Texto del Evangelio (Mt 16,13-19):
En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de
Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es
el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que
Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no
te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las
llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Comentario
Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo
IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de
Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe
de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa
misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es
escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a
todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera
que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de
unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a
sus hermanos.
Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que
profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora
hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que
te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se
desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le
había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).
Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe
de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con
potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice,
cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus
servorum Dei.
Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada
sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de
prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
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