¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este lunes de la XXVI
Semana del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos
bendice...
Lectio Divina: Lucas 9,46-50
Lectio
Lunes, 30 septiembre de 2019
Tiempo Ordinario
1) Oración
inicial
¡Oh
Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia;
derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos
prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Lucas 9,46-50
Se
suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor.
Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su
lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el
que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de
entre vosotros, ése es mayor.»
Tomando
Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu
nombre y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» Pero Jesús le
dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está por
vosotros.»
3) Reflexión
•
El texto se ilumina. Si anteriormente Lucas nos presentaba cómo se reunían los
hombres en torno a Jesús para reconocerlo por la fe, para escucharlo y
presenciar sus curaciones, ahora se abre una nueva etapa de su itinerario
público. La atención a Jesús no monopoliza ya la actitud de la muchedumbre,
sino que Jesús se nos presenta como el que poco a poco es quitado a los suyos
para ir al Padre. Este itinerario supone el viaje a Jerusalén. Cuando está a
punto de emprender este viaje, Jesús les revela el final que le espera (9,22).
Después se transfigura ante ellos como para indicar el punto de partida de su
“éxodo” hacia Jerusalén. Pero inmediatamente después de la experiencia de la
luz en el acontecimiento de la transfiguración, Jesús vuelve a anunciar su
pasión dejando a los discípulos en la inseguridad y en la turbación. Las
palabras de Jesús sobre el hecho de su pasión, “el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres”, encuentran la incomprensión de los
discípulos (9,45) y un temor silencioso (9,43).
•
Jesús toma a un niño. El enigma de la entrega de Jesús desencadena una disputa
entre los discípulos sobre a quién le corresponderá el primer puesto. Sin que
sea requerido su parecer, Jesús, que como el mismo Dios lee en el corazón,
interviene con un gesto simbólico. En primer lugar toma a un niño y lo pone
junto a él. Este gesto indica la elección, el privilegio que se recibe en el
momento en que uno pasa a ser cristiano (10,21-22). A fin de que este gesto no
permanezca sin significado, Jesús continúa con una palabra de explicación: no
se enfatiza la “grandeza” del niño, sino la tendencia a la “acogida”.
El
Señor considera “grande” al que, como el niño, sabe acoger a Dios y a sus
mensajeros. La salvación presenta dos aspectos: la elección por parte de Dios
simbolizada en el gesto de Jesús acogiendo al niño, y la acogida de Jesús (el
Hijo) y de todo hombre por parte del que lo ha enviado, el Padre. El niño
encarna a Jesús, y los dos juntos, en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan
la presencia de Dios (Bovon). Pero estos dos aspectos de la salvación son
también indicativos de la fe: en el don de la elección emerge el elemento
pasivo, en el servicio, el activo; son dos pilares de la existencia cristiana.
Acoger
a Dios o a Cristo en la fe tiene como consecuencia acoger totalmente al pequeño
por parte del creyente o de la comunidad. El “ser grandes”, sobre lo cual
discutían los discípulos, no es una realidad del más allá, sino que mira al
momento presente y se expresa en la diaconía del servicio. El amor y la fe
vividos realizan dos funciones: somos acogidos por Cristo (toma al niño), y
tenemos el don singular de recibirlo (“el que acoge al niño, lo acoge a él y al
Padre”, v.48). A continuación sigue un breve diálogo entre Jesús y Juan
(vv-49-50). Este último discípulo es contado entre los íntimos de Jesús. Al
exorcista, que no forma parte del círculo de los íntimos de Jesús, se le confía
la misma función que a los discípulos. Es un exorcista que, por una parte, es
externo al grupo, pero por la otra, está dentro porque ha entendido el origen
cristológico de la fuerza divina que lo asiste (“en tu nombre”).
La
enseñanza de Jesús es evidente: un grupo cristiano no debe poner obstáculos a
la acción misionera de otros grupos. No existen cristianaos más “grandes” que
otros, sino que se es “grande” por el hecho de ser cada vez más cristiano.
Además, la actividad misionera debe estar al servicio de Dios y no para
aumentar la propia notoriedad. Es crucial el inciso sobre el poder de Jesús: se
trata de una alusión a la libertad del Espíritu Santo cuya presencia en el seno
de la Iglesia es segura, pero puede extenderse más allá de los ministerios
constituidos u oficiales.
4) Para la reflexión
personal
•
Como creyente, como bautizado, ¿cómo vives tú el éxito y el sufrimiento?
•
¿Qué tipo de “grandeza” vives al servir a la vida y a las personas? ¿Eres capaz
de transformar la competitividad en cooperación?
5) Oración final
Me
postraré en dirección a tu santo Templo.
Te
doy gracias por tu amor y tu verdad,
pues
tu promesa supera a tu renombre.
El
día en que grité, me escuchaste,
aumentaste
mi vigor interior. (Sal 138,3-4)
Orden de los Carmelitas