¡Amor y paz!
Los invito, a leer y meditar el Evangelio y el comentario
en este domingo en que celebramos las Fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, José
y María.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 2,41-52.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Comentario
Alguna vez leí en El Tiempo un artículo del Hermano
Marista, Andrés Hurtado, conocedor, como el que más, de la geografía y de las
riquezas ecológicas de Colombia. Se nota que no sólo conoce los ríos más
remotos y las cordilleras más apartadas, sino el corazón humano. El título de
su escrito es: Cuando sufrir es bueno. Y comienza contando su
encuentro con un matrimonio que viene a ponerle quejas de su hijo adolescente:
"No sabemos qué pasa, es de una rebeldía
total, parece incluso que nos odiara a nosotros sus padres, que se lo hemos
dado todo’. Sin compasión y tratando de no ser nada elegante pero sí muy
sincero, les dije: ‘Ese es el problema: que se lo han dado todo. Para empezar,
señora –le dije– deje de llamarlo mi niño o mi bebé,
que ya tiene 17 años’. Luego supe que sus padres le han satisfecho todo, hasta
los más mínimos caprichos. Y pretenden calmar sus rebeldías y ganar su amor
dándole cada vez más cosas, incluso ajustándose el cinturón porque mi
niño o mi bebé cada vez exige cosas de más valor.
Esta es la radiografía de muchos padres modernos, que creen amar a sus hijos y
educarlos cediendo a todos sus caprichos, colmándolos de regalos y evitándoles
el menor sufrimiento” (...).
“La capacidad de sufrimiento de estos muchachos es
nula, porque nada los ha contrariado en la vida y todo lo han tenido a pedir de
boca y a velocidad de madre torpe y sobreprotectora. Cuando llegan ciertas
contrariedades cuya solución no se encuentra en regalos o cosas materiales, la
idea del suicidio ronda y en veces se hace efectiva. (...) Por ahí leí que el
hombre es un aprendiz y el dolor es su maestro; que el que no ha
sufrido nada sabe. Y podríamos componer un refrán que diga: dime
cuánto has sufrido y te diré cuánto vales. Ahora que hemos descubierto que
los niños y los hijos también tienen derechos humanos (¡admito que quiero ser
sarcástico!), debemos respetar el derecho sumo que tienen a ser bien educados y
formados. Y hay que prepararlos también para el sufrimiento (que es parte
importante de la vida) y para las dificultades (...)”.
“Amar a los hijos a punta de concesiones y
consentimientos es hacer de ellos seres débiles y convertirlos en tiranos de
los demás y esclavos de sí mismos. (...) Resumiendo: señores y señoras
acariciadores, denle gusto en todo, conviértanlo(a) en un ser inútil y él o
ella mañana los maldecirá, con casi todo derecho. O bien, sufran por dentro,
coman callados, háganse los fuertes y háganlo(a) fuerte y antes de que llegue
el día de mañana él o ella se lo agradecerá y ustedes no habrán vivido en vano.
Que así sea”.
El Evangelio de hoy me
trajo a la memoria este estupendo artículo. La virgen María y San José le
reclamaron a Jesús su comportamiento: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”
Evidentemente, ellos no entendieron la respuesta, pero no se quedaron callados
ni aplaudieron su proceder. Se trató de un reclamo tranquilo, pero firme y
hecho en un clima de diálogo y comprensión. Hoy, cuando celebramos el día de la
Sagrada Familia, pidamos para que en nuestras familias exista un verdadero
diálogo y se viva el amor que es capaz de enseñar también el valor del
sufrimiento y de la frustración, que forma seres humanos capaces de enfrentar
con entereza y generosidad, los difíciles caminos de la vida.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá