jueves, 31 de diciembre de 2015

Demos gracias a Dios por el año que concluye

¡Amor y paz!

Hoy es el último día del año 2015 y es una oportunidad de darle gracias a Dios por todos los favores recibidos en este período.

Los invito a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 7º día de la Octava de Navidad, pero antes a recitar el siguiente himno de alabanza, conocido como "Himno Ambrosiano".

Dios nos bendice…

A Ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A Ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A Ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A Ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la Gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de Ti.

En Ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

https://www.youtube.com/watch?v=d2NUq76U6WA

Evangelio según San Juan 1,1-18. 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. 

Comentario

Leemos el comienzo del evangelio de san Juan, el llamado "prólogo". Con palabras solemnes y hermosas se nos dice que la Palabra de Dios, su verbo, su "logos", ha acampado en medio de nuestro mundo, para iluminarlo con su potente luz. La Palabra divina se ha hecho carne humana en Jesucristo, poniendo en nuestra historia un principio de esperanza. Los creyentes sabemos que ni la muerte ni la vejez, ni el dolor ni la enfermedad, ni la guerra ni el hambre, ningún mal que podamos padecer podrá apartarnos del amor de Dios. Nuestra suerte está asegurada si recibimos a Cristo en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestro corazón. Somos nosotros, los cristianos, los responsables de hacer que este mensaje tan alegre se haga realidad en el mundo. Que estas palabras dejen de ser meras palabras para convertirse en realidades de convivencia fraterna, de paz y de servicio, especialmente a favor de los pequeños, los pobres y los humildes. El tiempo que pasa y que contamos por años según el ritmo de la tierra alrededor del sol, es nuestra oportunidad de hacer presente a Dios en nuestro mundo, como lo hizo presente Jesucristo al nacer y vivir en medio de nosotros. Es cierto que "a Dios nadie lo ha visto", pero Jesús nos lo dio a conocer y nosotros, los cristianos, hemos de darlo a conocer al mundo, no tanto con palabras, sino con actitudes y compromisos que correspondan a nuestra fe.

Es el último día del año, cuando muchos se entregan a frenéticas fiestas sin sentido, entorpeciéndose de ruidos, luces fatuas y vanas celebraciones. Nosotros proclamamos serenamente que Dios es Señor de la historia, que nos ha creado para compartir su felicidad y disfrutar su amor perfecto, y que nos sentimos comprometidos a seguir testimoniándolo ante los seres humanos, todos los días que Él quiera darnos, a lo largo de este tercer milenio cuyo amanecer nos ha sido dado ver. Quién sabe si no será para que el mundo conozca días de paz y de prosperidad compartida para todos. Eso esperamos, eso pedimos humildemente al Padre de nuestro Señor Jesucristo y eso queremos regalarle al mundo con nuestra vida comprometida.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)