martes, 8 de junio de 2010

«USTEDES SON SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL MUNDO»

¡Amor y paz!

Después del Sermón de la Montaña o de las Bienaventuranzas, Jesús invita a sus discípulos a ser luz del mundo y sal de la tierra. ¿Pero –advierte—si la sal se corrompe, si pierde su sabor? Ya no sirve para nada, responde Él mismo.

La corrupción es, de seguro, el peor mal que sufre la sociedad actual. De ella se derivan o por ella se agravan otros males como la violencia y la pobreza. Por eso es lo primero que hay que derrotar. El verdadero cristiano no debe cohonestar(*) ni complacerse con la corrupción: debe denunciarla.

Si quien ha sido elegido para gobernar se corrompe y resuelve recurrir a mecanismos ‘non sanctos’ para conservar el poder … Si quienes están llamados a dar ejemplo se corrompen… Si quienes deben combatir el delito recurren al delito… En fin, la lista es larga, pero la respuesta es la misma.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este Martes de la X Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,13-16.

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

Comentario

a) Después de las bienaventuranzas, Jesús empieza su desarrollo sobre el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Hoy emplea tres comparaciones para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de la sociedad.

Deben ser como la sal. La sal condimenta y da gusto a la comida (si no nos la ha prohibido el médico). Sirve para evitar la corrupción de los alimentos (lo que ahora hacen las cámaras frigoríficas). Y también es símbolo de la sabiduría.

Deben ser como la luz., que alumbre el camino, que responda a las preguntas y las dudas, que disipe la oscuridad de tantos que padecen ceguera o se mueven en la oscuridad.

Deben ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guíe a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrezca un punto de referencia para la noche y cobijo para los viajeros. Una ciudad como Jerusalén que ya desde lejos, alegra a los peregrinos con su vista.

b) Va por nosotros. Hoy y aquí. Nuestra fe, y la vida que Dios nos comunica, no deben quedar en nosotros mismos: deben, de alguna manera, repercutir en bien de los demás.

Se nos dice que debemos ser sal en el mundo, que sepamos dar gusto y sentido a la vida. Que contagiemos sabiduría, o sea, el gusto de Dios y, a la vez, el sabor humano, sinónimo de esperanza, de amabilidad y de humor. Que seamos personas que contagian felicidad y visión optimista de la vida (en otra ocasión dijo Jesús: «tened sal en vosotros y tened paz unos con otros», Mc 9,50). Como la sal, debemos también preservar de la corrupción, siendo una voz profética de denuncia, si hace falta, en medio de la sociedad (se nos invita a ser sal, no azúcar).

Se nos pide que seamos luz para los demás. El que dijo que era la Luz verdadera, con mayúscula, aquí nos dice a sus seguidores que seamos luz, con minúscula. Que, iluminados por él, seamos iluminadores de los demás. Todos sabemos qué clase de cegueras y penumbras y oscuridades reinan en este mundo, y también dentro de nuestros mismos ambientes familiares o religiosos. Quién más quién menos, todos necesitamos a alguien que encienda una luz a nuestro lado para no tropezar ni caminar a tientas. El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo.

Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco.

Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Esto lo aplica la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación a la comunidad eclesial: «la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». Pero también se pide eso mismo de las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos. Cada vez no les darán de cenar, pero sí, caras acogedoras y una mano tendida.

¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?

(*) Cohonestar: disculpar, encubrir, excusar, simular, disimular, disfrazar, atenuar, paliar

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 15-19
www.mercaba.org