¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes de la 11ª semana del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice....
2
Corintios 8,1-9/Sal 145,2.5-6.7.8-9a/Mateo 5,43-48
PRIMERA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8,1-9
Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aún por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad. Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 145,2.5-6.7.8-9a
R/. Alaba, alma mía, al Señor
Dichoso
a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente. R/.
Que
hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El
Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.
EVANGELIO
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,43-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»
Palabra del Señor
Jesús parece partir del supuesto de que todos tenemos “enemigos”. Por desgracia
este supuesto lo confirma nuestra propia historia. ¿Quién no tiene archivado en
el disco duro de la memoria su lista personal, más o menos larga, de enemigos?
Se ha llegado a decir que “enemigo” es una palabra sin la cual no se puede
escribir la historia, ni siquiera la historia bíblica. Es verdad. Desde que
existieron dos hermanos sobre la haz de la tierra –Caín y Abel-, llevamos
inscrita en algún lugar de nuestras entrañas la incurable costumbre de
enemistarnos. Podemos hacer un recuento de anécdotas personales y desempolvar
así todo ese inútil sufrimiento causado por la violencia, los sentimientos
heridos y, sobre todo, el miedo, el horror ante la amenaza que el otro
representa.
Frente a esa generalizada y asfixiante realidad, Jesús se atreve a proponernos
lo inédito: “Atrévete a amar a quien ni te ama, ni se lo merece”. Pero, ¿es
posible amar así? Si no se intenta, no se sabrá jamás. La historia nos habla de
personas que lo intentaron y... ¡resultó! ¿Cómo consiguieron auparse sobre el
resentimiento y la venganza? Lo lograron dejándose empujar por aquella misma
fuerza secreta que movía desde dentro a Jesús. Intentaron lo imposible y
llegaron a lo imprevisible. Su arma secreta la tenían dentro. Con razón dice
aquel proverbio africano: “Si no tienes un enemigo dentro, poco podrán los de
fuera”. ¿A qué nos lleva esta enseñanza evangélica?
A pedir al Espíritu Santo que nos conduzca al interior del enemigo para
descubrir que en su corazón no es un perverso repugnante, sino alguien que se
equivoca. No sabe lo que hace. Actúa mal por ignorancia. Si alguien le dijera
la verdad... Lo que nos hace hermanos -o enemigos- no es el hecho de tener dos
ojos, sino nuestra forma de mirar.
A amar en serio, sin sentimentalismos bobalicones, con iniciativas, con obras, dando el primer paso. Amar es adelantarse. Y debo empezar yo, sin esperar a que sea el otro quien comience. La esencia del amor cristiano es el amor a los enemigos; o sea a aquellos que no quieren comenzar.
A descubrir que, en no pocos casos, no es que sean los demás nuestros enemigos,
sino que somos nosotros quienes nos situamos enfrente de ellos. A veces ellos
ni se enteran de la peligrosa temperatura de nuestro odio contenido. Orar por
los enemigos es buen aliviadero del resentimiento. Una cura de oración limpia
nuestros ojos interiores.
Sería un buen ejercicio para el día de hoy que pudiésemos repasar esa lista escondida de personas a las que consideramos como enemigos, sentados a los pies de un Crucificado. Y, con este recuerdo doloroso de rostros y episodios, releer este evangelio hasta dejarnos convencer y convertir por el Dios de las heridas. Sería nuestra modesta pero eficaz colaboración para sofocar la cruel e interminable amenaza de los odios y las guerras. Y así haremos del enemigo el mejor de los maestros que encontramos en nuestra vida.
Juan Carlos Martos
CLARETIANOS 2004