miércoles, 10 de julio de 2013

De nosotros depende que el sueño de Jesús no sea sólo eso: un sueño

¡Amor y paz!

Jesús eligió Doce apóstoles, aunque no todos ellos fueron fieles a su proyecto -como Judas-, y elegidos los puso confiados en las manos de Dios para que sepan dejarse conducir por él. Y, como su maestro, se manifiesten compasivos con los dolores y angustias de las “ovejas” del pueblo.

Todos los que fuimos elegidos por Jesús para seguirlo, y fuimos llamados por nuestro nombre desde el Bautismo, estamos -como los Doce- llamados a manifestar que una sociedad diferente a este mundo de injusticia y corrupción, de modernas esclavitudes y viejas muertes, un mundo diferente es posible. Ese mundo debemos empezar a mostrarlo visiblemente en la Iglesia, y en nuestra capacidad de conmovernos frente a los dolores de la humanidad. 

Ciertamente estamos muy lejos de esto, tanto en la Iglesia como en la historia, pero de nosotros depende que el sueño de Jesús no sea simplemente eso, un sueño (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el cometario, en este miércoles de la 14ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,1-7.
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.  Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan;  Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. 
Comentario

El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el “Testigo” por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano.

La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.

El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.

Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa
Carta encíclica “Redemptoris Missio”, § 42 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
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