jueves, 21 de febrero de 2013

´Pidan y se les dará; busquen y encontrarán’



¡Amor y paz!

Las lecturas que se proclaman en la Eucaristía diaria siempre están relacionadas. Como ocurre hoy, cuando la Iglesia, en tiempo de Cuaresma, nos insiste en las bondades de la práctica de la oración.

Así que he incluido hoy la primera lectura y el Evangelio, porque la plegaria de Ester es un gran ejemplo de oración: la de ella se halla totalmente impregnada de la confianza que emana de la fe. En momentos de desgracia personal y de peligro del pueblo, pide a Dios que se muestre salvador y que los defienda ante los opresores. Ya que Él se ha escogido un pueblo por heredad, ahora no lo puede dejar sucumbir.

Esta página del Antiguo Testamento nos prepara para leer las afirmaciones de Jesús: «pedid y se os dará, llamad y se os abrirá». Dios está siempre atento a nuestra oración.

Te invito, hermano, a leer meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la primera semana de Cuaresma.

Dios te bendiga…

Libro de Ester 14,1.3-5.12-14.

En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo."

Evangelio según San Mateo 7,7-12.

Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.

Comentario

Preparada por el ayuno, Ester se entrega con sus servidoras a una plegaria insistente. La plegaria es una apertura total del hombre a Dios. La conciencia del hombre y todas sus facultades se dejan penetrar por Dios y se vuelven hacia Él. La inminencia de un gran peligro, la constatación y el reconocimiento de la propia flaqueza, la impotencia, son otras tantas circunstancias que despiertan en el hombre la ferviente aspiración hacia el Señor, un intenso deseo de quedar inundado por su presencia, por su gracia, su ayuda y su perdón.

La plegaria vivida hasta el fondo es la acción más comprometida y eficaz que puede realizar el hombre y de la que surgirán todas las demás acciones. La plegaria unifica y transforma.

La plegaria exige consagración, dedicación. En ella es necesario sobrepasar las inercias y rutinas de la mente, salir del círculo obsesivo de las cosas con la profunda aspiración de que todo el ser sintonice armónicamente con el tono de Dios. La plegaria de Ester es penitencial. Su expresión está despojada de todo lo superfluo (2).

La forma literaria más bella de esta plegaria se conserva en la versión latina antigua. El autor del texto griego de los Setenta la transforma notablemente. El hombre tiene necesidad de expresarse y de repetir al Señor todo lo que él ya sabe por su omnisciencia. Ester empieza exponiendo su situación: sola ante el único y dispuesta a dar su vida (3-4).

Recuerda las gestas de Dios en favor del pueblo y, seguidamente, como representante de su pueblo, reconoce el justo castigo de Dios. Pero la total exterminación del pueblo elegido sería un triunfo de los ídolos; por eso pide a Dios que no cierre la boca de quienes lo alaban (5-11). Formula su petición: "Pon en mis labios un discurso acertado..." (12-13).

Finalmente apela a la omnisciencia divina, que conoce su inocencia (cf. 2 Re 20,3; Sal 17,1ss; 16, lss) (14-19). La actividad de la plegaria vivida intensamente, con profundidad, engendra fe y confianza, una valentía que supera cualquier temor.

B. Girbau
La Biblia día a día
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones Cristiandad.Madrid-1981.Pág. 360 s.