¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 21 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (2Tes 3,6-10.16-18):
En nombre de nuestro Señor Jesucristo, hermanos, os mandamos: no tratéis con los hermanos que llevan una vida ociosa y se apartan de las tradiciones que recibieron de nosotros. Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros, os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma. Que el Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros. La despedida va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.
Salmo responsorial: 127
R/. Dichosos los que temen al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás
del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga
desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Versículo antes del Evangelio (1Jn 2,5):
Aleluya. Quien guarda la palabra de Cristo, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 23,27-32):
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».
Comentario
Hoy, como en los días anteriores y los que siguen,
contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un
vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis
justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de
iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la
lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy
apreciadas por los humanos.
Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con
Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él
totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el
primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer
los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la
Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien
hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no
reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como
Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de
sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de
aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».
Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de
hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que
necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el
“padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de
san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»;
tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace
muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el
principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí,
sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).
María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y
veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.
Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)
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