¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este XVI Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Marcos 6,30-34.
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Comentario
Hace un tiempo, Miguel Silva escribió en El Espectador un
artículo que me gustó mucho: “El ajetreo y el trabajo”. Decía el autor
que los colombianos tenemos una forma muy extraña de trabajar; y contaba que
una italiana que trabaja en el Banco Mundial le decía alguna vez: “Yo siempre
veo a los colombianos trabajar hasta que cae la noche. Son los últimos que
salen de aquí. Pero lo más divertido es que, en verano, también salen
únicamente cuando cae la noche, y como en verano eso sucede a las nueve, salen
tardísimo. Como si fueran unos animales extraños que por razones de
supervivencia no fueran capaces de encontrarse en casa con luz diurna”.
Más adelante, dice Miguel Silva: “Alguna vez a un
colombiano –creo que fue a Juan Luis Londoño– lo obligaron a salir temprano de
la oficina en el mismo Banco Mundial. Lo llamó un vicepresidente y le expresó
preocupación por sus larguísimas jornadas. –Eso sólo puede ser consecuencia de
una de dos cosas, dijo el funcionario: –o le ponemos una carga laboral
excesiva o usted es muy ineficiente. Y lo mandaron para su casa temprano”. La
conclusión a la que llega el artículo es que “Si el tiempo en la oficina fuera
medida del éxito, Colombia sería una superpotencia, porque aquí nadie sale
temprano y todo el mundo suda y se demora y se queja. Todos tomamos vacaciones
con un gran sentido de culpa. El lío no es que no tengamos tiempo para la
familia. Eso sin duda es muy grave. Pero tanto o más dramático es que del
ajetreo apenas queda el ruido que genera. Es el trabajo el que produce
resultados. Y los resultados son los que cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho pensar muy en serio en
nuestros ritmos de trabajo o de ajetreo y en lo poco que
dedicamos a la ‘recreación’... que literalmente significa tiempo para
compartir fraternalmente, para dialogar amigablemente, para reconstruirnos como
personas. El P. Augusto Hortal, que fue mi superior en España durante varios
años, solía decir: “El que no descansa, cansa”. Y no permitía que los
jóvenes jesuitas con los que vivíamos se dedicaran los domingos a estudiar o a
adelantar trabajos para la Universidad.
Jesús y sus discípulos tenían un ritmo de trabajo
impresionante. El texto evangélico que nos propone hoy la liturgia dice que
“iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”. De
modo que Jesús les dice: “Vengan, vamos nosotros solos a un lugar tranquilo.
(...) Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar
apartado”. Claro que la dicha no les duró mucho, pues “muchos los vieron ir, y
los reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron allá, y llegaron
antes que ellos. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió
compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó
a enseñarles muchas cosas”.
Aunque
estas vacaciones apostólicas no fueron un éxito, que digamos, me parece
que este texto nos invita a reflexionar sobre nuestros ritmos laborales y el
tiempo que, efectivamente, dedicamos a descansar en compañía de nuestros seres
queridos; un ritmo de trabajo exagerado, un trajín o un ajetreo desaforados, lo
único que dejan es cansancio y no eficiencia en nuestra misión. Tenemos que
tratar de buscar un ritmo de trabajo que nos permita encontrarnos, por lo menos
de vez en cuando, en casa con luz diurna.
Hermann Rodríguez Osorio
Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá