sábado, 29 de agosto de 2015

Sólo con el Cristianismo surgieron los primeros mártires

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que conmemoramos el martirio de San Juan Bautista.

Dios nos bendiga…

Evangelio según San Marcos 6,17-29.
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.  Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. 
Comentario


1.1 Precioso este día de nuestra liturgia para reflexionar juntos sobre el sentido y la grandeza del martirio cristiano. Hemos transcrito aquí breves apartes del comienzo de la obra "10 lecciones sobre el martirio", de Paul Allard, que se halla disponible en la página de Catholic.net. Lo que sigue es tomado de ahí.

 El martirio, entendido según su estricta significación etimológica [testimonio], no se conoció antes del cristianismo. No hay mártires en la historia de la filosofía: "Nadie -escribe San Justino- creyó en Sócrates hasta el extremo de dar la vida por su doctrina" (II Apología 10). Tampoco el paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que, con sufrimientos y muerte voluntariamente aceptados, diera testimonio de la verdad de las religiones paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron fanáticos, como los galos, que se hacían incisiones en los brazos y hasta se mutilaban lamentablemente en honor de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar en ocasiones al suicidio, como entre aquellos de la India que, buscando ser aplastados por su ídolo, se arrojaban bajo las ruedas de su carro. Pero éstos y otros arrebatos religiosos salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable, reflexiva, razonada de un hecho o de una doctrina.

1.2 El martirio, sin duda, quedó ya esbozado en la antigua Alianza, en figuras admirables, como las de los tres jóvenes castigados en Babilonia a la hoguera, Daniel en el foso de los leones, los siete hermanos Macabeos, inmolados con su madre... Pero el judío se dejaba matar antes que romper su fidelidad a la religión que era privilegio de su raza, mientras que el cristiano acepta morir para probar la divinidad de una religión que debe llegar a ser la de todos los hombres y todos los pueblos.

1.3 Y ése es, precisamente, el significado de la palabra mártir: testigo, que afirma un testimonio de máxima certeza, dando su propia vida por aquello que afirma. La palabra misma, con toda la fuerza de su significación, no se halla antes del cristianismo; tampoco en el Antiguo Testamento. Es preciso llegar a Jesucristo para encontrar el pensamiento, la voluntad declarada de hacer de los hombres testigos y como fiadores de una religión.

1.4 "Vosotros -dijo Jesús- seréis testigos (mártires) de estas cosas" (Lc 24,48). Más aún: "Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los últimos confines de la tierra" (Hch 1,8). Y los Apóstoles aceptan esta misión con todas sus consecuencias.

1.5 Así San Pedro, para sustituir a Judas, el traidor, declara: "Es necesario que entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió con nosotros... haya uno que con nosotros sea testigo de la resurrección" (Hch 1,22). Y en su primer discurso después de Pentecostés: "Dios ha resucitado a Jesucristo, y de ello somos testigos todos nosotros" (2,32). Y con Juan, ante el Sanedrín: "Nosotros somos testigos de estas cosas... y con nosotros el Espíritu Santo que Dios ha dado a todos aquellos que le obedecen" (5,32.41). Otra vez, después de azotados, salen del Consejo "felices de haber sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (5,41). Y al fin de su vida, escribiendo a las iglesias de Asia, Pedro persiste en el mismo lenguaje: "Yo exhorto a los ancianos que hay entre vosotros, yo que también soy anciano y testigo de los padecimientos de Cristo"... (1Pe 5,1).

1.6 Así pues, el significado primero de la palabra mártir es el de testigos oculares de la vida, de la muerte y de la resurrección de Cristo, encargados de afirmar ante el mundo estos hechos con su palabra. Desde el primer día este testimonio se dio en el sufrimiento y, como hemos visto, en la alegría de padecer por Cristo. Enseguida, después de estas primeras pruebas, vino el sacrificio de la misma vida, como testimonio supremo de la palabra.

1.7 Ya Jesucristo lo había predicho a los Apóstoles: "Seréis entregados a los tribunales, y azotados con varas en las sinagogas, y compareceréis ante los gobernadores y reyes por mi causa, y así seréis mis testigos en medio de ellos" (Mc 13,9; +Mt 10,17-18; Lc 21,12-13).

1.8 Al mismo tiempo, les asegura su asistencia: "Cuando os hagan comparecer ante los jueces, no os preocupéis de lo que habréis de decir, sino decid lo que en aquel momento os será dado, porque no sois vosotros los que tenéis que hablar, sino el Espíritu Santo... El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre al hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los harán morir; y vosotros seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mc 13,11-13; +Mt 10,19-20; Lc 12,11-12; 16-17).

1.9 Cuando los cristianos pudieron comprender por los acontecimientos la fuerza de estas palabras de su Maestro, se consideró la muerte gloriosa de sus más antiguos y fieles discípulos como el coronamiento de su testimonio. Desde entonces, muerte y testimonio quedaron entre sí definitivamente asociados.

1.10 Antes, pues, de finalizar la edad apostólica, la palabra mártir adquiere ya su significado preciso y claro, y se aplicará a aquel que no solo de palabra, sino también con su sangre, ha confesado a Jesucristo.

1.11 Pero ya en ese mismo tiempo se extiende también su significado a quienes podrían decirse testigos de segundo grado, a aquellos "bienaventurados que creyeron sin haber visto" (Jn 20,29), y que, habiendo creído así, testificaron su fe con su sangre.

1.12 San Juan, concretamente, a fines del siglo I, emplea la palabra mártir en dos ocasiones con este sentido. En el mensaje que dirige a la iglesia de Pérgamo, hablando en el nombre del Señor, menciona a "Antipas, mi fiel testigo, que ha sido entregado a la muerte entre vosotros, allí donde Satanás habita" (Ap 2,13). Alude a un cristiano martirizado por los paganos en tiempos de Nerón. Y en otro pasaje, cuando se alza ante el apóstol vidente el quinto sello del libro misterioso, alcanza a ver "debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado" (6,9).

1.13 Y no será la primera generación cristiana de creyentes la única en dar este testimonio. La historia de los mártires no había hecho entonces sino comenzar.

2. Relación entre predicación del Evangelio y martirio

2.1 Durante tres siglos esta historia continuará en las regiones sometidas al Imperio Romano. Más aún, cuando a comienzos del siglo IV un emperador [Constantino] establezca la paz religiosa, no habrá terminado con eso para el cristianismo la era sangrienta. Otras regiones, otros pueblos "sentados a la sombra de la muerte" (Lc 1,79), ofrecerán cada día nuevos campos para el apostolado y el martirio. Los Anales de la Propagación de la Fe serán continuación natural de las Actas de los Mártires.

2.2 Pero cuando éstas se cierran, en tiempos de Constantino, el cristianismo ha conquistado ya pacíficamente toda la cuenca del Mediterráneo gobernada por el espíritu de Grecia y por las leyes de Roma. Mientras tanto, la sangre de los mártires no habrá sido derramada ocasionalmente o gota a gota: habrá corrido en torrentes durante persecuciones numerosas, metódicas, encarnizadas. El edicto de paz fue, pues, la confesión solemne de la impotencia de la soberanía pagana contra el cristianismo. La historia de los mártires, del siglo I al IV, forma, por tanto, un todo completo y suficiente, fecundo en conclusiones, y que será el objeto de nuestro estudio.

2.3 El martirio siguió naturalmente la ruta del cristianismo. Sólo hubo mártires allí donde habían llegado los misioneros. Por eso, antes de presentar a los cristianos que murieron por su fe, es preciso conocer cuáles eran las regiones donde había cristianos. Una rápida mirada a la historia de la Iglesia primitiva nos muestra mártires en casi todas las regiones. Parece como si el cristianismo se hubiera extendido por todo el mundo de repente. Y esta impresión es verdadera, al menos en parte; pero hay que precisarla más.

2.4 Para conocer bien la historia de los mártires es preciso, pues, señalar primero las etapas de las misiones. El mismo Señor nos sugiere este método, cuando antes de anunciar las persecuciones, asegura que "es necesario primero que el Evangelio sea predicado a todas las naciones" (Mc 13,10). Porque entre predicación y martirio hay relación de causa y efecto.

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