¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 11 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (2Cor 9,6-11):
Hermanos: El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta». El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.
Salmo responsorial: 111
R/. Dichoso quien teme al Señor.
Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus
mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será
bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En
las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la
frente con dignidad.
Versículo antes del Evangelio (Jn 14,23):
Aleluya. El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de
no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos;
de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por
los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los
hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas
a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre,
que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su
rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben
su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para
que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en
lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
Comentario
Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con
el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo
afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el
hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación».
Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer
a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial
pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el
momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt
3,17).
La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se
produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se
trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios
de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.
Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para
ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre
celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de
entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los
hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos
vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en
primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo
contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra
acción.
Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras
actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra
intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos
servir al Señor» (San Gregorio Magno).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Evangeli.net
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