¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, cuando celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Gén 3,9-15.20):
El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor Dios le replicó: «Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón». Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Salmo responsorial: 86
R/. Cosas admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios.
¡Esta es la ciudad que fundó el Señor sobre las santas
Montañas! El ama las puertas de Sión más que a todas las moradas de Jacob.
Cosas admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios. Así se hablará de Sión: «Este,
y también aquél, han nacido en ella, y el Altísimo en persona la ha fundado».
Al registrar a los pueblos, el Señor escribirá: «Este ha nacido en ella». Y
todos cantarán, mientras danzan: «Todas mis fuentes de vida están en ti».
Versículo antes del Evangelio (): Aleluya. ¡Oh feliz, Virgen María, que has dado a luz al Señor!; ¡oh santa Madre de la Iglesia, que mantienes vivo en tu corazón el Espíritu de tu Hijo, Jesucristo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn
19,25-34): Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana
de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y
cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes
a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel
momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se
cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de
vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la
acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.»
E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos
en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato
que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y
quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar
a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de
los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y
agua.
Comentario
Hoy hacemos memoria de María, Madre de la Iglesia. En
este sentido, contemplamos la maternidad espiritual de María en conexión con la
Iglesia que es —en sí misma— Madre del Pueblo de Dios, pues «nadie puede tener
a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre» (San Cipriano). María es
Madre del Hijo de Dios y a la vez Madre de aquellos que aman a su Hijo y los
“bien-amados” de su Hijo, en conformidad con aquel «Mujer, aquí tienes a tu
hijo; discípulo: Aquí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27), tal como dijo Jesús.
Entregando su cuerpo a los hombres y devolviendo su espíritu a su Padre,
Jesucristo incluso dio su Madre a sus amigos.
Y el amor más grande es aquel con el que Jesús ama a la Iglesia (cf. Ef 5,25),
a la que pertenecen sus amigos. Por lo tanto, los hijos adoptados por Dios no
pueden tener a Jesús por hermano si no tienen a María como Madre porque,
mientras María ama a su Hijo, ama a la Iglesia de la cual Ella es miembro
eminente. Lo que no significa que María sea superior a la Iglesia, sino que
Ella es «madre de los miembros de Cristo» (San Agustín).
El Concilio Vaticano II añade que María es «verdaderamente madre de los
miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia
los fieles, que son miembros de aquella Cabeza (Jesús)». Además, permaneciendo
en medio de los Apóstoles en el Cenáculo (cf. Hch 1,14), María —Madre de la
Iglesia— nos recuerda la presencia, el don y la acción del Espíritu Santo en la
Iglesia misionera. Al implorar al Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia,
María ora con la Iglesia y ora por la Iglesia, porque «asunta ya en la gloria
del cielo, acompaña y protege a la Iglesia con su amor maternal» (Prefacio de
la misa “María, Madre de la Iglesia”).
María cuida a sus hijos. Podemos, pues, confiarle toda la vida de la Iglesia,
como hizo el papa san Pablo VI: «¡Oh, Virgen María, augusta Madre de la
Iglesia, te encomendamos toda la Iglesia y el concilio ecuménico!».
Fr. Alexis MANIRAGABA (Ruhengeri, Ruanda
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