viernes, 10 de diciembre de 2010

Nuestro corazón seguirá inquieto hasta que descanse en Dios

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 2ª. Semana de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 11,16-19.

¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'. Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras". 

Comentario

Nada satisfacía a la sociedad en la época de Cristo. Ni la predicación de Juan ni la de Jesús les resultaba aceptable: alguna crítica suscitaban.

El hombre de hoy también es víctima de la insatisfacción. Nada lo convence. Por momentos se siente pleno, pero muy pronto vuelve la sensación de vacío. Sus aspiraciones muchas veces son muy materiales y se reducen a tener más y más. Es como una veleta a merced de los vientos del consumismo, que le hace querer algo que muy pronto desprecia.

Seguramente pasa por alto que, como dice san Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti.” Mientras que el hombre no centre su vida en Cristo, toda su vida será insatisfacción…

Agustín de Hipona, que al comienzo no fue cristiano y llegó a ser uno de los teólogos más importantes del cristianismo, expresa así su reacción luego del descubrimiento de la verdad en Cristo, tantas veces buscada: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz».. De las Confesiones (X, 27, 38).