¡Amor y paz!
En estos días en que
muchos manifiestan una fe débil y sin compromiso, surge egregia la figura del primer
mártir de la Iglesia, alguien que no vaciló en ofrendar su vida por Aquel cuyo Nacimiento
estamos celebrando.
Los invito, hermanos, a leer y medita el Evangelio y el comentario,
en este jueves en que celebramos la fiesta de San Esteban, protomártir.
Dios los bendiga...
Evangelio según San Mateo 10,17-22.
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Comentario
Al día
siguiente de la solemnidad de Navidad, celebramos hoy la fiesta de san Esteban,
diácono y primer mártir. A primera vista, unir el recuerdo del
"protomártir" y el nacimiento del Redentor puede sorprender por el
contraste entre la paz y la alegría de Belén y el drama de san Esteban... En
realidad, esta aparente contraposición se supera si analizamos más a fondo el
misterio de la Navidad. El Niño Jesús, que yace en la cueva, es el Hijo
unigénito de Dios que se hizo hombre. Él salvará a la humanidad muriendo en la
cruz. Ahora lo vemos en pañales en el pesebre; después de su crucifixión, será
nuevamente envuelto con vendas y colocado en un sepulcro. No es casualidad que
la iconografía navideña represente a veces al Niño divino recién nacido
recostado en un pequeño sarcófago, para indicar que el Redentor nace para
morir, nace para dar su vida como rescate por todos (cf. Mc 10,45).
San
Esteban fue el primero en seguir los pasos de Cristo con el martirio; murió,
como el divino Maestro, perdonando y orando por sus verdugos (cf. Hch 7, 60).
En los primeros cuatro siglos del cristianismo todos los santos venerados por
la Iglesia eran mártires. Se trata de una multitud innumerable, que la liturgia
llama "el blanco ejército de los mártires"... Su muerte no era motivo
de miedo y tristeza, sino de entusiasmo espiritual, que suscitaba siempre
nuevos cristianos. Para los creyentes, el día de la muerte, y más aún el día
del martirio, no es el fin de todo, sino más bien el "paso" a la vida
inmortal, es el día del nacimiento definitivo, en latín, el dies
natalis. Así se comprende el vínculo que existe entre el dies
natalis de Cristo y el dies natalis de san Esteban.
Si Jesús no hubiera nacido en la tierra, los hombres no habrían podido nacer
para el cielo. Precisamente porque Cristo nació, nosotros podemos
"renacer".
Benedicto
XVI, papa de 2005 a 2013
Ángelus del 26 de diciembre de 2006 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
Ángelus del 26 de diciembre de 2006 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
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2001-2013