¡Amor
y paz!
Con
esta página comienza la parte central de la narración de Lucas. Casi diez
capítulos (19-28) para hablar del viaje (o "subida") de Jesús a
Jerusalén. Marcos y Mateo lo hacen en unos pocos versículos.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes
de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Lucas 9,51-56.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
Comentario
I. Cuando en una ciudad de samaritanos, no
recibieron a Jesús porque daba la impresión de ir a Jerusalén, (Lucas 9, 52-56)
los Apóstoles se enojaron profundamente. Santiago y Juan le propusieron a
Jesús: ¿Quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los consuma? El Señor
aprovecha la ocasión para enseñarles que es preciso querer a todos, comprender
incluso a quienes no nos comprenden. Muchos pasajes del Evangelio nos señalan
los defectos de los apóstoles aún sin limar, y cómo van calando en su corazón las
palabras y el ejemplo del Maestro. Dios cuenta con el tiempo, y con las
flaquezas y defectos de los discípulos de todas las épocas. Más tarde, San Juan
escribirá: El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad. Sin dejar de
ser él, el Espíritu Santo fue transformando poco a poco su corazón. Para
nosotros, que tenemos tantos defectos, es un estímulo lleno de esperanza ver a
San Juan, quien por su humildad, llegó a la santidad.
II. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo no ha cesado de actuar en el alma de los discípulos de Cristo de todas las épocas, para llevarlos a la santidad. Sus inspiraciones son a veces rápidas como el rayo; otras veces actúa directamente moviendo al bien, inspirando, sugiriendo. Otras lo hace a través de los consejos de la dirección espiritual, de un acontecimiento, de la actitud ejemplar de una persona, de la lectura de un libro bueno. San Juan no cambió en un instante. Ni siquiera después de las palabras de Jesús. Pero no se desanimó ante sus errores, puso empeño, permaneció junto al Maestro, y la gracia hizo el resto.
III. Nosotros no debemos desanimarnos por nuestros errores y flaquezas. Para combatir con eficacia en la vida interior, debemos conocer bien nuestro defecto dominante, el que en cada uno de nosotros tiende a prevalecer sobre los demás y, como consecuencia, se hace presente en la manera de opinar, de juzgar, de querer y de obrar: (R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior) la vanidad, la pereza, la impaciencia, la falta de optimismo, la tendencia a juzgar mal... No subimos todos por el mismo camino hacia la santidad: unos han de fomentar sobre todo la fortaleza; otros la esperanza o la alegría. Debemos preguntarnos en donde tenemos puestos nuestros deseos, qué es lo que más nos preocupa, qué no hace perder la paz o la alegría, y cuál tentación se presenta con más frecuencia. Nos ayudará sobremanera vivir el examen particular en un punto concreto. En María, encontraremos siempre la paz y el gozo, para caminar tomados de su mano hasta el Señor.
II. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo no ha cesado de actuar en el alma de los discípulos de Cristo de todas las épocas, para llevarlos a la santidad. Sus inspiraciones son a veces rápidas como el rayo; otras veces actúa directamente moviendo al bien, inspirando, sugiriendo. Otras lo hace a través de los consejos de la dirección espiritual, de un acontecimiento, de la actitud ejemplar de una persona, de la lectura de un libro bueno. San Juan no cambió en un instante. Ni siquiera después de las palabras de Jesús. Pero no se desanimó ante sus errores, puso empeño, permaneció junto al Maestro, y la gracia hizo el resto.
III. Nosotros no debemos desanimarnos por nuestros errores y flaquezas. Para combatir con eficacia en la vida interior, debemos conocer bien nuestro defecto dominante, el que en cada uno de nosotros tiende a prevalecer sobre los demás y, como consecuencia, se hace presente en la manera de opinar, de juzgar, de querer y de obrar: (R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior) la vanidad, la pereza, la impaciencia, la falta de optimismo, la tendencia a juzgar mal... No subimos todos por el mismo camino hacia la santidad: unos han de fomentar sobre todo la fortaleza; otros la esperanza o la alegría. Debemos preguntarnos en donde tenemos puestos nuestros deseos, qué es lo que más nos preocupa, qué no hace perder la paz o la alegría, y cuál tentación se presenta con más frecuencia. Nos ayudará sobremanera vivir el examen particular en un punto concreto. En María, encontraremos siempre la paz y el gozo, para caminar tomados de su mano hasta el Señor.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre