¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabras de Dios, con el método
de la lectio divina, en este sábado de la quinta
semana de cuaresma.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura:
Ezequiel 37,21-28
Esto dice el Señor: Yo
recogeré a los israelitas de entre las naciones adonde han ido y los reuniré de
todas partes para llevarlos a su tierra. Haré de ellos un solo pueblo en mi
tierra, en los montes de Israel; tendrán todos un solo rey, y ya no serán dos
naciones, dos reinos divididos. No se contaminarán más con sus ídolos, con sus
perversas acciones y sus crímenes; los libraré de todas las infidelidades que
cometieron y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. “Mi
siervo David será su rey, y tendrán todos un solo pastor; caminarán por la
senda de mis preceptos, guardarán mis mandamientos y los pondrán en práctica.
Vivirán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, donde vivieron vuestros
antepasados. Allí vivirán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para
siempre; mi siervo David será su príncipe eternamente. Haré
con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en
medio de ellos para siempre. Pondré en medio de ellos mi morada; yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo. Y cuando mi santuario esté en medio de ellos por
siempre, sabrán las naciones que yo, el Señor, he consagrado a Israel.
En la segunda fase de su ministerio profético, después de haber predicado el castigo, Ezequiel anuncia simbólicamente (vv. 16s) la vuelta de Israel del destierro (v 21) y la reunificación en un solo pueblo en los montes de Israel (v 22), bajo la guía de un único rey-pastor (vv 22.24). El castigo anunciado ya ha tenido lugar (la deportación del año 586 a.C.): pero tiene un carácter terapéutico y es temporal, con vistas a purificar la idolatría (v. 23) y curar las desobediencias (v 24). La promesa de Dios, por el contrario, es una alianza de paz eterna (v 26): el Espíritu del Señor reposa en su pueblo (v. 14) y el pueblo está llamado a reposar en la tierra de su Dios (vv. 25s), en paz y prosperidad (vv. 26-28). Dios morará en medio de su pueblo para siempre (vv. 27s).
Esta realidad revelará a
todos quién es YHWH: "El Señor que consagra a Israel" (v
28), y quién es Israel: el pueblo consagrado por la presencia de su
Dios. En términos más familiares, como dice Dios por boca del profeta: "Yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (v. 27), con
toda la carga afectiva manifestada en estos posesivos.
Evangelio: Juan 11,45-56
Al ver lo que Jesús
había hecho, muchos judíos que habían venido a casa de María creyeron en él.
Otros, en cambio, fueron a contar a los fariseos lo que había hecho. Entonces,
los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del sanedrín.
Se decían:
- ¿Qué hacemos? Este
hombre está realizando muchos signos. Si dejamos que siga actuando así, toda la
gente creerá en él. Entonces las autoridades romanas tendrán que intervenir y
destruirán nuestro templo y nuestra nación.
Uno de ellos, llamado
Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo:
- Estáis completamente
equivocados. ¿No os dais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre
por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?
Caifás no hizo esta
propuesta por su cuenta, sino que, como desempeñaba el oficio de sumo sacerdote
aquel año, anunció bajo la inspiración de Dios que Jesús iba a morir por toda
la nación; y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de
todos los hijos de Dios que estaban dispersos.
A partir de este
momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús. Por eso, Jesús dejó de andar
públicamente entre los judíos; se marchó de la región de Judea y se fue a un
pueblo, llamado Efraín, muy cerca del desierto. Y se quedó allí con sus discípulos.
Estaba muy próxima la
fiesta judía de la pascua. Ya antes de la fiesta, mucha gente de las distintas
regiones del país subía a Jerusalén para asistir a los ritos de
purificación." Estas gentes buscaban a Jesús y, al encontrarse en el
templo, se decían unos a otros:
- ¿Qué os parece?
¿Vendrá a la fiesta?
Después del "signo" de la resurrección de Lázaro, las autoridades judías están ya decididas a matar a Jesús, considerado un hombre peligroso. Si continúa haciendo milagros, ciertamente la muchedumbre, que ya había querido proclamarlo rey, lo declarará libertador de la nación, suscitando el furor de los romanos. Consiguientemente el templo podría ser destruido. Hay que evitar de cualquier modo este peligro.
La decisión muestra la
ceguera total de los jefes respecto a Jesús. Desde la primera pascua Jesús
había anunciado ser el nuevo templo, punto de convergencia de Israel y de toda
la humanidad, pero no comprendieron sus palabras. Entonces intervino Caifás con
su propia autoridad. Ya no le acusa de blasfemia, ni la ilegalidad de los actos
de Jesús constituye el tema de su discurso; de su boca salen palabras dichas
por "razón de Estado", dictadas por interés político. El individuo
debe ser sacrificado “por" el bien común. Y con estas
palabras, sin querer, se convierte en profeta.
Ciertamente, la misión de
Jesús consiste en reunir a los hijos dispersos y formar con todos un único
pueblo nuevo, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y esto
acontece porque él da la vida "por" los hombres. De
este modo, en el plano histórico el sanedrín decide la muerte de Jesús, pero en
realidad -y Juan se desplaza al plano teológico- el Padre está llevando a cabo
su designio de salvación gracias a la adhesión filial de Cristo a su obra.
MEDITATIO
En el Evangelio que se nos
ha proclamado hoy el conflicto llega a su punto álgido. La situación es
irreversible: se ha decidido la muerte de Jesús. El escándalo de la cruz
aparece a nuestros ojos, y en la tierra nada ha cambiado. Por todas partes
conflictos, sobre todo en nosotros mismos... ¿Lograremos el éxito donde Jesús
ha fracasado?
A lo largo de este tiempo
de pasión tendremos ocasión de enfrentarnos al realismo de la cruz. Cristo ha
venido para hacernos partícipes de la promesa maravillosa de que Dios es todo
en todos. Pero para realizarlo no ha suprimido los conflictos ni nos ofrece una
paz barata. El mismo se ha adentrado en el meollo del conflicto que lacera el
corazón humano y nos ha conseguido la victoria del amor... Se trata de una
victoria lograda mediante la locura de la cruz y el sacrificio de la
obediencia, que coincide cabalmente con la gloria eterna.
A través de este mismo
camino, también nosotros podemos entrar en la gloria, que comienza ya aquí. Esa
es la tarea de nuestra vida, el compromiso de este día. Rechazar la lucha -lo
cual equivale a seguir nuestros deseos instintivos- y permitir que la división
arraigue en nosotros y en el mundo es como ponerse al lado de los enemigos de
Cristo. Aceptar generosamente la lucha, contando con la gracia de Dios, pedida
en la oración, significa participar en la victoria definitiva del amor y poseer
ya el gozo de Dios.
ORATIO
Oh Dios, Padre nuestro,
que en el exceso de tu amor has expuesto a tu Hijo amadísimo al rechazo y al
odio del mundo, danos la fuerza de tu Espíritu a nosotros, que, elegidos para
ser tuyos, queremos seguir las huellas de nuestro maestro y dar un valiente
testimonio, al mundo que no te conoce, de su muerte y su resurrección.
Haz que, conformándonos a
él, opongamos amor al odio, mansedumbre a la violencia, perdón a la venganza,
paz a la enemistad, bendición a la maldición. No permitas que en la hora de la
prueba nos venza el miedo y nos haga caer en el pecado de la incredulidad y el
desamor. Antes al contrario, haz que siempre seamos más tuyos y vayamos a ti
unidos a tu Hijo, llevando en brazos a este mundo al que tú, incansablemente,
amas y quieres salvar. Amén.
CONTEMPLATIO
Hermanos, es necesario que
pensemos de Jesucristo como de Dios, como juez de vivos y muertos; y es
necesario que no tengamos en poca estima lo referente a nuestra salvación.
Pecamos cuando ignoramos de dónde, por quién y a dónde hemos sido llamados y
cuánto soportó padecer Jesucristo por nuestra causa. Ahora bien, ¿qué le
daremos a él a cambio, qué fruto digno de lo que él mismo nos ha dado? ¿Cuántos
beneficios le debemos? Pues nos concedió la gracia de la luz; como Padre nos
llamó hijos; cuando estábamos perdidos, nos salvó. Así pues, ¿qué alabanza o
qué pago le daremos a cambio de lo que hemos recibido? Nuestra mente estaba
cegada cuando adorábamos piedras, leños, oro, plata y bronce, obras de los
hombres. Toda nuestra vida no era más que muerte. Estábamos inmersos en las
tinieblas. Pero se apiadó de nosotros y nos salvó compasivamente al ver el gran
extravío y perdición en que estábamos sumidos, y que no teníamos ninguna
esperanza de salvación si no venía de él. Nos llamó cuando no éramos y quiso
que existiéramos a partir de la nada [...].
Así pues, arrepintámonos
de todo corazón para que ninguno de nosotros se pierda. Ayudémonos mutuamente
para guiar a los débiles en lo relativo a la fe, con el fin de que todos nos
salvemos, nos convirtamos y nos amonestemos. Reunámonos e intentemos progresar
en los mandamientos del Señor para que todos, al tener los mismos sentimientos,
seamos reunidos para la vida [...].
Al único Dios invisible,
Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y guía de la incorruptibilidad,
por medio del cual nos manifestó también la verdad y la vida celeste, a él la
gloria por los siglos de los siglos. Amén (Clemente Romano, Segunda
carta a los Corintios, 1.17.20, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
"Él ha hecho de
dos pueblos uno solo" (Ef
2,14).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Morimos solos. Mientras la
vida, desde el seno materno, siempre es comunión, tanto que un yo humano
aislado no puede ni nacer, ni subsistir, ni siquiera ser imaginado, la muerte
deja en suspenso la ley de la comunión. Los hombres pueden acompañar hasta el extremo
del umbral al moribundo, que puede sentirse acompañado, sobre todo, por la
comunidad de los creyentes que le acompañan en la fe en Cristo; sin embargo,
franqueará la estrecha puerta solo y aislado. La soledad explica lo que es
actualmente la muerte: consecuencia del pecado (Rom 5,12); es inútil tratar de
buscar otra razón.
Cristo ha asumido por los
pecadores la muerte en su radicalidad extrema, con intensidad dramática. Y
tanto es así que no sólo fue manifiestamente abandonado por los hombres, no sólo
fue rechazado por pocos partidarios suyos, sino que puso explícitamente en
manos del Padre el vínculo de unión que le unía' a él, el Espíritu Santo, para
experimentar hasta sus últimas consecuencias el total abandono incluso por
parte del Padre. Toda la riqueza del amor debe resumirse y simplificarse en
este punto de unión, para que, manando de ahí, se pueda tener una fuente y una
reserva eterna.
Por eso, no existe en la
tierra una comunión en la fe que no se derive de la extrema soledad de la
muerte en la cruz. El bautismo, que sumerge al cristiano en el agua, lo separa,
en la fuente imagen de la amenaza de muerte de toda comunicación, para llevarlo
a la verdadera fuente, origen de dicha comunicación. La misma fe, en su origen,
está necesariamente de cara al abandono que el mundo y Dios han hecho al
crucificado [...J. El mismo amor cristiano al prójimo es el resultado del
sacrificio del hombre, así como Dios Padre se sirve para la redención de la
humanidad del sacrificio del Hijo abandonado (H. U. von Balthasar, Cordura
owerosia II caso serio, Brescia 1974, ce., passim).