¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio
y el comentario, en este Domingo XVII del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice....
Evangelio según San
Lucas 11,1-13.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación". Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".
Comentario
Un conocido maestro de oración de nuestros tiempos,
Anthony de Mello, se refiere a la oración de petición con estas palabras:
"La oración de petición es la única forma de oración que Jesús enseñó a
sus discípulos; de hecho, es prácticamente la única forma de oración que se
enseña explícitamente a lo largo de toda la Biblia. Ya sé que esto suena un
tanto extraño a quienes hemos sido formados en la idea de que la oración puede
ser de muy diferentes tipos y que la forma de oración más elevada es la oración
de adoración, mientras que la de petición, al ser una forma «egoísta» de
oración, ocuparía el último lugar. De algún modo, todos hemos sentido que más
tarde o más temprano hemos de «superar» esta forma inferior de oración para
ascender a la contemplación, al amor y a la adoración, ¿no es cierto? Sin
embargo, si reflexionáramos, veríamos que apenas hay forma alguna de oración,
incluida la de adoración y amor, que no esté contenida en la oración de petición
correctamente practicada. La petición nos hace ver nuestra absoluta dependencia
de Dios; nos enseña a confiar en Él absolutamente" (De Mello, Contacto con
Dios).
El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en
nuestras peticiones porque el Padre sabe lo necesitamos antes de pedírselo
(Cfr. Mateo 6,8). Sin embargo, no deja de insistir que debemos pedir, como
puede comprobarse en el texto que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra.
Lo más típico de la oración de Jesús, por lo que registran los evangelistas,
parece ser la oración de petición. Jesús no sólo pide en su oración, sino que
nos enseña a pedir. Lo que hemos llamado la Oración del Señor o el Padrenuestro,
es una cadena de siete peticiones que se van desprendiendo del 'Padre nuestro'.
La petición nos hace tomar conciencia de nuestra radical dependencia de Dios;
nos recuerda nuestro límite y la generosa misericordia de Dios que se nos
revela en Jesús. Esto aparece aún más claro cuando la petición más repetida de
Jesús en los textos evangélicos es "que no se haga mi voluntad sino la
tuya", o el "hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo".
Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no
es si pedimos, sino qué pedimos en nuestra oración, porque por allí suele estar
el problema. Muchas veces no pedimos que se haga su voluntad, o que nos conceda
lo que más nos conviene en una situación determinada, sino que pedimos lo que
nosotros creemos que más necesitamos. Cuando el Señor dice que pidamos con
insistencia, nos recuerda que lo que tendríamos que pedir sería el Espíritu
Santo: “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo
una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un
huevo? Pues si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”
Entonces, recordemos siempre lo que nos dice el
Señor: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y
se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que
llama a la puerta, se le abre”. La oración de petición nos pondrá en contacto
con nuestros límites y hará que nos relacionemos con el Señor desde nuestra
pequeñez. No dejemos de pedir, ni pensemos que la oración de petición es de
inferior calidad a otras formas de encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir
el Espíritu Santo, para que nos ayude a entender los planes de Dios y a
ponerlos en práctica.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá