¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este martes de la 10ª semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Mateo 5,13-16.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Comentario
a) Después de las bienaventuranzas, Jesús empieza
su desarrollo sobre el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Hoy emplea
tres comparaciones para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de
la sociedad.
Deben ser como la sal. La sal condimenta y da gusto
a la comida (si no nos la ha prohibido el médico). Sirve para evitar la
corrupción de los alimentos (lo que ahora hacen las cámaras frigoríficas). Y
también es símbolo de la sabiduría.
Deben ser como la luz., que alumbre el camino, que
responda a las preguntas y las dudas, que disipe la oscuridad de tantos que
padecen ceguera o se mueven en la oscuridad.
Deben ser como una ciudad puesta en lo alto de la
colina, que guíe a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrezca
un punto de referencia para la noche y cobijo para los viajeros. Una ciudad
como Jerusalén que ya desde lejos, alegra a los peregrinos con su vista.
b) Va por nosotros. Hoy y aquí. Nuestra fe, y la
vida que Dios nos comunica, no deben quedar en nosotros mismos: deben, de
alguna manera, repercutir en bien de los demás.
Se nos dice que debemos ser sal en el mundo, que
sepamos dar gusto y sentido a la vida. Que contagiemos sabiduría, o sea, el
gusto de Dios y, a la vez, el sabor humano, sinónimo de esperanza, de
amabilidad y de humor. Que seamos personas que contagian felicidad y visión
optimista de la vida (en otra ocasión dijo Jesús: «tened sal en vosotros y
tened paz unos con otros», Mc 9,50). Como la sal, debemos también preservar de
la corrupción, siendo una voz profética de denuncia, si hace falta, en medio de
la sociedad (se nos invita a ser sal, no azúcar).
Se nos pide que seamos luz para los demás. El que
dijo que era la Luz verdadera, con mayúscula, aquí nos dice a sus seguidores
que seamos luz, con minúscula. Que, iluminados por él, seamos iluminadores de
los demás. Todos sabemos qué clase de cegueras y penumbras y oscuridades reinan
en este mundo, y también dentro de nuestros mismos ambientes familiares o
religiosos. Quién más quién menos, todos necesitamos a alguien que encienda una
luz a nuestro lado para no tropezar ni caminar a tientas. El día de nuestro
Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, en la
Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe
brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra
oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino
luz.
No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que
alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco.
Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad
puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece
cobijo. Esto lo aplica la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación a la
comunidad eclesial: «la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo
de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto
de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos
encuentren en ella un motivo para seguir esperando». Pero también se pide eso
mismo de las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio
de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y
mayores, parientes o vecinos. Cada vez no les darán de cenar, pero sí, caras
acogedoras y una mano tendida.
¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un
mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que
ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 15-19
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 15-19