¡Amor y paz!
El llamado que hizo Jesús
a sus discípulos se repite una y otra vez a lo largo de la historia. Esta vez
te llama a ti. No como a un ser anónimo, sino con tu nombre y apellido.
Él sabe perfectamente
quién eres; te conoce desde siempre, sabe cuáles son tus fortalezas y tus
debilidades. En muchas ocasiones te ha levantado cuando has caído Te ha devuelto
la fe cuando has dudado. Marcha al lado tuyo, contigo. No se defrauda. Espera
de ti. Confía en ti. Llevarás a cabo la misión que él te ha encomendado. Si tú
lo quieres. Si aceptas dejar lo que te separa de él y de tu misión y, finalmente, lo sigues.
Te invito, hermano, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este V Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios te bendiga…
Evangelio según San Lucas
5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres". Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Comentario
A lo largo de toda nuestra
vida, Cristo nos llama. Nos estaría bien tener conciencia de ello, pero somos
lentos en comprender esta gran verdad: que Cristo camina a nuestro lado y con
su mano, sus ojos y su voz nos invita a seguirle. En cambio, nosotros ni
siquiera alcanzamos a oír su llamada que se da a entender ahora mismo. Pensamos
que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles; pero no creemos que la llamada
nos atañe a nosotros, no la esperamos. No tenemos ojos para ver al Señor, muy
al contrario del apóstol a quien Jesús amaba que distinguía a Cristo cuando los
demás discípulos no lo reconocían para nada. (cf Jn 21,7)
No obstante, estate seguro: Dios te mira, quien quiera que fueras. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, él que te hizo. Todo lo que hay en ti le es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento. No te amas tú más que te ama él.
No obstante, estate seguro: Dios te mira, quien quiera que fueras. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, él que te hizo. Todo lo que hay en ti le es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento. No te amas tú más que te ama él.
Eres un ser humano
rescatado y santificado, su hijo adoptivo; te hizo el don de una parte de la
gloria y la bendición que emanan eternamente del Padre sobre el Hijo único. Has
sido escogido para ser suyo... ¿Qué es el hombre, que somos, que soy, para que
el Hijo de Dios tuviera por mí una preocupación tan grande? ¿Quién soy para que
me... ascendiera a la naturaleza de un ángel, transformando la sustancia
original de mi alma, me hubiera rehecho - yo que soy un pecador desde mi
juventud - y para que hiciera de mi corazón su morada, de mí su templo?
(Referencias bíblicas: Jn 10,3; Mt 10,30; Sal. 8,5; cf Gn 8,21, Sal. 50,7; 1Co 3,16)
(Referencias bíblicas: Jn 10,3; Mt 10,30; Sal. 8,5; cf Gn 8,21, Sal. 50,7; 1Co 3,16)
Cardenal John Newman (1801-1890)
sacerdote, fundador de un oratorio de San Felipe Neri, teólogo Sermones
parroquiales, vol. 8 sermón 2.