¡Amor y paz!
Hoy encontramos un doble
mensaje. Por un lado, Jesús nos llama con una bella invitación a seguirlo: «Le
siguieron muchos y los curó a todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos
remedio a las dificultades del camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt
11,28). Por otro lado, se nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni
gritará» (Mt 12,19).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 15ª. semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 12,14-21.
En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
Comentario
Él sabe que estamos
agobiados y cansados por el peso de nuestras debilidades físicas y de
carácter... y por esta cruz inesperada que nos ha visitado con toda su crudeza,
por las desavenencias, los desengaños, las tristezas. De hecho, «se
confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt 12,14) y... nosotros que
sabemos que el discípulo no es más que el maestro (cf. Mt 10,24), hemos de ser
conscientes de que también habremos de sufrir incomprensión y persecución.
Todo ello constituye un
fajo que pesa encima de nosotros, un fardo que nos doblega. Y sentimos como si
Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a mis pies, yo me ocuparé de él; dame este
peso que te agobia, yo te lo llevaré; descárgate de tus preocupaciones y
dámelas a mí...».
Es curioso: Jesús nos
invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso
sí, de que es suave y ligero. Nos quiere enseñar que no podemos ir por el mundo
sin ningún peso. Una carga u otra la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro
fardo lleno de materialidad; que sea su peso que no agobia.
En África, las madres y
hermanas mayores llevan a los pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio
a una niña que llevaba a su hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso
demasiado grande para ti?». Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es
mi hermanito y le amo». El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino
que nos libera de todo aquello que nos agobia.
Fra. Josep Mª
Massana i Mola OFM (Barcelona)