sábado, 4 de junio de 2011

Quien pide debe estar dispuesto a dar

¡Amor y paz!

En el evangelio, Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores, esta vez respecto a su oración.

Ahora que Jesús “vuelve al Padre”, que es el que lo envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la VI Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 16,23b-28.
Aquel día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre.  Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre". 
Comentario

Pedir es una actitud muy común entre nosotros: pedimos favores, excusas, servicios, dinero cuando nos hace falta, responsabilidad a nuestros gobernantes, seguridad, etc. A lo largo de los siglos los seres humanos se han dirigido a sus dioses pidiéndoles favores y beneficios, perdón y ayuda, iluminación e inmortalidad. Hoy, en la lectura evangélica tomada de san Juan, de los discursos de despedida de Jesús durante su última cena, el Señor nos dice que pidamos seguros de que vamos a recibir. Que pidamos al Padre en su nombre, es decir, por mediación suya, confiándonos en sus méritos, que son los del Hijo muy amado de Dios, que entregó su vida para cumplir la voluntad del Padre dándonos la salvación.

Uno pide cuando tiene confianza en que va a recibir. Otro ámbito de nuestra vida en donde pedimos fácilmente es el de la familia: los hijos piden a los padres y viceversa, los esposos se piden entre sí, sabiendo todos que el amor y el respeto, la confianza y la ternura de los unos por los otros les llevará a darse mutuamente. Así Jesús nos dice que pidamos al Padre, como hijos confiados, sabiendo que hemos entrado a formar parte de la misma familia de Dios, porque Cristo salió del Padre, vino al mundo y volvió a Dios, para llevarnos con Él, para que conformásemos con El, mediante la fuerza y el amor del Espíritu, una familia unida, cuya dimensión terrena es la Iglesia, pero que tiene una dimensión celeste, trascendente, la de la vida plena de Dios.

Pedir implica estar dispuesto a dar. El único que no tiene necesidad de pedir es Dios, y sin embargo quiso ponerse en ese transe, enviando a su Hijo al mundo: Jesús, que pidió agua a la samaritana, que pidió a sus oyentes fe en sus palabras y en sus acciones, que pidió a sus discípulos constancia y valor en la tribulación, y paciencia antes de la venida del Espíritu consolador. Por eso Dios está dispuesto a darnos siempre con generosidad, porque conoce nuestras carencias, nuestras grandes y pequeñas necesidades. Pero mal haríamos en pedir a Dios, en nombre de Jesucristo, si no estuviéramos dispuestos a dar a nuestros hermanos cuando nos piden algo, sobre todo a nuestros hermanos pobres y necesitados, que esperan de nosotros una palabra, una sonrisa, un gesto de comprensión y de respeto, una ayuda efectiva en sus tribulaciones. 

Cuando recibimos lo que pedimos nos llenamos de alegría, pero cuando damos, dijo Jesús, nuestra alegría es más grande todavía (Hch 20, 35) y la Escritura nos garantiza que “Dios ama al que da con alegría” (Prov 22, 8; 2Cor 9, 7).

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)