¡Amor y paz!
El evangelio nos reconcilia
hoy con el Dios de la misericordia y de la paciencia. Interpretando Jesús unos
hechos recientes de muertes violentas y desgracias, enseña claramente que no
son castigos, que Dios no entra en ese juego. Lo mismo dirá cuando le pregunten
sobre el pecado del ciego de nacimiento. Que nadie juzgue al otro. Que todos
nos juzguemos a nosotros mismos.
No acabamos de
convencernos de que Dios no castiga, que Dios no quiere la muerte, que todo
sucede según las leyes naturales, para malos y buenos. Es casi blasfemo decir,
cuando alguien muere prematuramente: «Dios lo ha querido», «Dios se lo ha
llevado». ¿Tanta prisa tiene Dios, con toda una eternidad por delante? ¿Le
necesitaba Dios más que sus hijos o sus padres?
La diferencia entre los buenos
y los malos no está en que se sufra más o menos, sino en la manera de sufrirlo.
El Dios de la paciencia.
Dios no castiga, sino que espera, como el agricultor el fruto. Una paciencia
infinita, un año y otro... y otro (Cáritas 1995. Pág. 81).
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas
13,1-9.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'. Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".
Comentario
Un hombre se fue a jugar
cartas un viernes santo y perdió todo lo que tenía; volvió triste a su casa y
le contó a su mujer lo que le había pasado. La mujer le dijo: «Eso te pasa por
jugar en viernes santo; ¿no sabes que es pecado jugar en viernes santo? ¡Dios
te castigó y bien merecido que lo tienes!» El hombre se volvió hacia su señora
y con aire desafiante le dijo: « ¿Y qué piensas tú, que el que me ganó jugó en
lunes de pascua o qué?»
Generalmente no vemos las
cosas como son sino que vemos lo que suponemos que debemos ver. Estamos llenos
de prejuicios y aplicamos nuestros esquemas para leer la realidad. Es imposible
desprenderse totalmente de los prejuicios, pero por lo menos vale la pena estar
atentos frente a ellos. La historia con la que comenzamos revela un prejuicio
religioso, pero así como éste, hay miles de prejuicios políticos, raciales,
culturales... Un prejuicio muy extendido es el que supone que detrás de lo que
nos pasa está Dios castigándonos o premiándonos por nuestro comportamiento
moral. Quién no ha pensado alguna vez que lo que le ha pasado, bueno o malo,
tenía que ver con su comportamiento anterior. Dios no anda por ahí castigando y
premiando a la gente. No podemos echarle la culpa a Dios de todos los males ni
pensar que nos está premiando por portarnos bien.
Hace varios años en el
atentado en el que fue asesinado el líder de izquierda José Antequera, Ernesto
Samper también cayó gravemente herido. Samper comentaba, un tiempo después que,
aunque pasó varias semanas al borde de la muerte, siempre supo que no podía
morir así; que el que era un hombre creyente y pacífico, sabía que Dios no lo
dejaría morir violentamente. A los pocos días salió un artículo de la esposa
Guillermo Cano, que había sido director de El Espectador, y que fue asesinado unos
meses antes por sus críticas a las mafias del narcotráfico. La señora le
preguntaba al futuro presidente: «Si lo que usted dice es cierto, entonces mi
esposo, que murió asesinado violentamente, ¿era un hombre violento que merecía
esa muerte?» No se diga lo que se podría interpretar con respecto a la muerte
de José Antequera en el mismo atentado...
Y así podríamos poner
muchos otros ejemplos: los que se salvan de la muerte al caer un avión y
atribuyen el milagro a la medallita que llevaban o a la oración que hicieron; y
los otros que llevaban la medallita y rezaron también su oración, ¿qué? El caso
más claro es el mismo Jesús; el hombre más bueno que ha producido la tierra; el
hombre más santo, el hombre que vivió fielmente según la voluntad de Dios, ¿por
qué murió como murió? Murió solo, abandonado de sus amigos, sintiéndose
abandonado del mismo Dios...
Esto es lo que Jesús
quiere explicarle a sus discípulos: “¿Piensan ustedes que esto les pasó a esos
hombres de Galilea por ser más pecadores que los otros de su país? Les digo que
no; y si ustedes no se vuelven a Dios, también morirán. ¿O creen que aquellos
dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima eran más
culpables que los otros que vivían en Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes mismos
no se vuelve a Dios también morirán”. Cuando nos va mal no es porque hayamos
jugado cartas en viernes santo; y cuando nos va bien no es porque hayamos
jugado en lunes de Pascua. Lo que nos pasa es siempre una llamada para
volvernos a Dios...
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J
Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá