lunes, 23 de marzo de 2015

¡Ay de los acusadores hipócritas!

 ¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la 1ª. Lectura, el Evangelio y el comentario, en este lunes de la V Semana de Cuaresma.

Dios nos bendice…

Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62

En aquellos días, [vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y religiosa. Sus padres eran honrados y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un parque junto a su casa; como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí. Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo: "En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo." Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos. A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el parque de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear en el parque, y se enamoraron de ella. Pervirtieron su corazón y desviaron los ojos, para no mirar a Dios ni acordarse de sus justas leyes.

Un día, mientras acechaban ellos el momento oportuno, salió ella como de ordinario, sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el parque, porque hacía mucho calor. Y no había nadie allí, fuera de los dos ancianos escondidos y acechándola. Susana dijo a las criadas: "Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del parque mientras me baño." Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron: "Las puertas del parque están cerradas, nadie nos ve, y nosotros estamos enamorados de ti; consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas." Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo salida: si hago eso, seré rea de muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar contra Dios." Susana se puso a gritar, y los ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del parque. Al oír los gritos en el parque, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Y cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.

Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron: "Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín." Fueron a buscarla y vino ella con sus padres, hijos y parientes. Toda su familia y cuantos la veían lloraban. Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los ancianos declararon: "Mientras paseábamos nosotros solos por el parque, salió ésta con dos criadas, cerró la puerta del parque y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un rincón del parque y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros y, abriendo la puerta, salió corriendo. En cambio, a ésta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello." Como eran ancianos del pueblo y jueces,] la asamblea [los creyó y] condenó a muerte a Susana. Ella dijo gritando: "Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí."

El Señor la escuchó. Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios movió con su santa inspiración a un muchacho llamado Daniel; éste dio una gran voz: "¡No soy responsable de ese homicidio!" Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron: "¿Qué pasa, qué estás diciendo?" Él, plantado en medio de ellos, les contestó: "Pero, ¿estáis locos, israelitas? ¿Conque, sin discutir la causa ni apurar los hechos condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque ésos han dado falso testimonio contra ella."

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: "Ven, siéntate con nosotros y explícate, porque Dios mismo te ha nombrado anciano." Daniel les dijo: "Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar yo." Los apartaron, él llamó a uno y le dijo: "¡Envejecido en años y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: "No matarás al inocente ni al justo." Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados." El respondió: "Debajo de una acacia." Respondió Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El ángel de Dios ha recibido la sentencia divina y te va a partir por medio." Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo: "¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?" Él contestó: "Debajo de una encina." Replicó Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros."

Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión. Según la ley de Moisés, les aplicaron la pena que ellos habían tramado contra su prójimo y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente.

Evangelio según San Juan 8,1-11. 

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sidosorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".  
 
Comentario

1. Temibles locuras de pasiones frenéticas

Para la pasión desbocada no hay límite de edad ni de ardor ni de campo de desenfreno.

Brota en cualquier jardín y en cualquier estación, aunque habitualmente suela estar atemperada por las circunstancias de edad, educación, disciplina, respeto a los demás.

Disimular que en situaciones de ceguera a todos hace prisioneros alguna pasión, o tratar de engañar y disimular, es necedad. El espíritu animal anida en nosotros.

Lo que se impone es una vigilancia continua y prudente, sin permisiones indebidas ni escrúpulos u obsesiones que deterioran la personalidad.

La escena bíblica hoy referida tiene mayor intensidad y fuerza, porque los implicados en el desenfreno son venerables ancianos y personas constituidas en dignidad social y legal.

Quien no respeta al otro, mal ama;
quien a sí mismo se concede todo con liviandad es indigno socialmente;
quien mata al hermano, es fratricida.

2. ¡Ay de los acusadores hipócritas!

Ante Jesús no caben falacias. Él es la verdad y conoce nuestra verdad.

Dios es todo luz y en su luz lo contempla todo.
Nosotros en cambio somos todos pecadores; y por eso mismo nadie debe condenar a otros con conciencia de que él es santo, justo, cumplidor del deber y de la ley.

Quien denuncie,
ha de hacerlo con amor y dolor;
quien corrige, ha de hacerlo con pudor, y ha de procurar que se vaya borrando en sí mismo toda especie de injusticia o maldad.
Sólo quien actúe desde la verdad-justicia-amor, será bendecido por Dios.

Vivamos la vida con pasión,
pero no vivamos a merced de las pasiones.
Egoísmos, lujuria, opresión, hambre de poder, todo eso mata.
Haya sólo hambre de Dios, sin medida, y respeto a los demás.

Dominicos 2003