sábado, 10 de septiembre de 2011

“De la abundancia del corazón habla la boca”

¡Amor y paz!

Jesús hacía comparaciones muy expresivas tomadas de la vida diaria para transmitir sus enseñanzas. En el Evangelio de hoy propone dos: la del árbol que da frutos buenos o malos, y la de la casa que se apoya en roca o en tierra.

Lo invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXIII semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 6,43-49.
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos:  cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué ustedes me llaman: 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande". 
Comentario

El relato del evangelio de hoy está compuesto por dos unidades literarias. La primera la encontramos en 6, 43-45 y está conformada por una serie de imágenes que pretenden ilustrar una advertencia de Jesús a sus discípulos sobre la necesidad de ser coherentes en la vida. Que no bastan las palabras para ser sus seguidores, que lo que cuentan son las acciones y no las palabras. Las palabras de Jesús se dirigen al corazón, el lugar donde se construyen las buenas o malas intenciones en las personas, para pedirle que hable y actúe en coherencia consigo mismo. Según el evangelio, hay una relación estrecha entre el centro de la persona (corazón) y el comportamiento externo (acciones); por eso, “no hay árbol bueno que dé frutos malos, ni tampoco árbol malo que dé frutos buenos”. El corazón, que es la sede de las decisiones, es el lugar en el que se juega la salvación de la persona, porque de allí provienen el amor o el odio (cf. Mc 7, 14-23). De un buen corazón nacerá una praxis de amor.

El criterio fundamental desde donde, según las palabras de Jesús, se debe discernir la vida de un cristiano será sobre todo sus frutos”, porque “a cada árbol se le conoce por sus frutos”. Dos comparaciones sirven a Jesús para explicar la importancia de las acciones humanas. Por una parte, la calidad del fruto nos dice de la calidad del árbol, por otra el tipo de fruto nos dice de dónde procede. Lo mismo sucede con nuestra vida, si está unida a Jesús y a su evangelio dará frutos buenos.

La segunda unidad del relato la encontramos en 6, 46-49 y está compuesta por una pequeña parábola cuyo mensaje es claro y directo: poner en práctica las palabras de Jesús es el fundamento más sólido de la vida del creyente y por tanto, el mejor criterio para distinguir al verdadero del falso discípulo. La parábola está construida sobre la imagen de dos hombres que construyen su casa, uno la cimentó sobre la roca y el otro la construyó sobre la tierra, sin cimientos. Los dos hombres son discípulos de Jesús, los dos han escuchado sus palabras, pero sólo uno las ha puesto en práctica. La parábola nos invita a escuchar la Palabra, pero sobre todo a hacer de esta Palabra acciones concretas de vida.

Servicio Bíblico Latinoamericano