¡Amor y paz!
Después de escuchar las
alabanzas de su prima Isabel, María entona un cántico de admiración, alegría y
gratitud a Dios, el Magníficat, que la Iglesia ha seguido cantando generación
tras generación y, concretamente, en el oficio de Vísperas, de la Liturgia de
las Horas (que pueden conseguir y rezar diariamente en este blog).
Sin
embargo, no basta con cantar el Magníficat reiteradamente, sino que hay que meditarlo
y hacerlo vida. De tal manera, no se puede decir que alguien vive con lealtad
la fe cuando, aparentando una cercanía al Señor, destruye, oprime, explota a
los pobres y hace sufrir a los demás. Quien no causa males sino, por el
contrario, sale al encuentro de los que sufren para remediárselos, quien verdaderamente
trata a ‘los demás’ como sus hermanos, es digno de ser llamado hijo de Dios.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado
de la feria de Adviento, en la semana antes de la Navidad (dic. 22).
Dios
los bendiga…
Evangelio según San Lucas 1,46-56.
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario
Dios no actúa conforme a
los criterios humanos. Él no se deja impresionar por nadie, pues el hombre ve a
lo externo, pero Dios ve el corazón. A quienes el Señor ha elegido, Él los santifica
y les muestra su amor y su misericordia. Hay algunos que han destruido la
esperanza de quienes viven en condiciones de pobreza, de enfermedad, de edad
avanzada.
El Señor, como el Buen
Pastor, ha salido al encuentro, no sólo de la oveja descarriada, sino también
de la enferma, de la coja, de la ciega; al buscarla para cargarla sobre sus
hombros de vuelta al redil, está dándonos a saber que se ha puesto de parte de
los que sufren y de los pecadores.
Él quiere que todos
lleguemos a la salvación; por eso nadie puede atraparla como propia y
exclusiva; y si el Señor ha querido confiársela a su Iglesia no es para que la
encierre, ni para que la distribuya entre quienes crea más conveniente o entre
quienes piense que sacará de ellos más partido económico o de poder. Esa clase
de poderosos, mercaderes de la religión, serán destronados de su poder
malsanamente utilizado, y sólo serán reconocidos como hijos de Dios y
portadores de su Gracia aquellos que aprendan a ser misericordiosos como Dios
lo ha sido con nosotros.
Efectivamente sólo los humildes, los hambrientos y los
misericordiosos serán exaltados por el mismo Dios, quien los hará participar de
la Vida y de la Gloria de su mismo Hijo.
Dios nos ha convocado, sin
distinción de razas o de condiciones sociales, en torno suyo, como sus hijos a
quienes sólo une el Espíritu de Amor, y que nos hace vivir en el amor fraterno.
A pesas de nuestras miserias, tal vez demasiado grandes, el Señor nos ha
manifestado su amor misericordioso. Él, hecho uno de nosotros, ha salido a
nuestro encuentro para perdonarnos, para levantarnos de nuestras miserias y
para hacernos hijos de Dios, uniéndonos a Él en comunión de vida. Este es el
misterio de salvación que celebramos en la Eucaristía. Por eso tratemos de no
vivir separados de Cristo, sino consagrados a Él de por vida.
Dios nos ha puesto a nosotros como un signo de su amor misericordioso para todos los hombres de todos los tiempos y lugares. La Iglesia continúa en la historia la obra salvadora de Dios, no por sí misma, sino por vivir unida en alianza nueva y definitiva con su Señor. El Dios-con-nosotros sigue, así, saliendo como salvador y lleno de misericordia de generación en generación.
Dios nos ha puesto a nosotros como un signo de su amor misericordioso para todos los hombres de todos los tiempos y lugares. La Iglesia continúa en la historia la obra salvadora de Dios, no por sí misma, sino por vivir unida en alianza nueva y definitiva con su Señor. El Dios-con-nosotros sigue, así, saliendo como salvador y lleno de misericordia de generación en generación.
El
cántico de María no sólo debe ser meditado, sino hecho vida en el seno de la
Iglesia de Cristo como un cántico programático de salvación. Por eso no podemos
decir que se viva con lealtad la fe cuando aparentando una cercanía al Señor se
viva destruyendo, oprimiendo, haciendo sufrir a los demás o explotando a los
pobres. Si en verdad queremos vivir nuestra fe en Cristo tratemos de salir al
encuentro de los que sufren para remediar sus males, y al encuentro de los
pecadores para hacerles llegar la salvación que Dios nos ha confiado para que
la distribuyamos hasta los últimos confines de la tierra y del tiempo.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir
amando a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios, de tal forma
que a nadie le tratemos con signos de maldad ni de muerte, sino que nos
preocupemos de hacerles el bien para que, desde nosotros, conozcan el amor
misericordioso de Dios, que se ha acercado al hombre para liberarlo del pecado
y de la muerte, y para conducirlo a la posesión de los bienes definitivos.
Amén.
www.homiliacatolica.com (2003)