¡Amor y paz!
Durante tres meses el
evangelio de san Mateo guiará nuestro encuentro con Jesús. Comenzamos en el
capítulo quinto porque los cuatro primeros se leyeron en tiempo de Navidad y
Cuaresma.
A diferencia de san
Marcos, que relata principalmente "hechos" vividos por Jesús, san
Mateo relata muchas "palabras" de Jesús, que agrupó en cinco grandes
discursos:
1. Sermón de la montaña (5
a 7).
2. Consignas para la
"misión,, (10).
3. Parábolas del Reino
(13).
4. Lecciones de vida
comunitaria (18).
5. Discurso escatológico
(24 y 25).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la X Semana del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,1-12.
Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo: «Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran, porque recibirán consuelo. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vinieron antes de ustedes.
Comentario
Jesús, no como un nuevo
Moisés, sino como la Palabra Eterna del Padre, se dirige a nosotros para
conducirnos por el camino del bien. Nos pide que nos sintamos pobres y
necesitados de Dios, desprotegidos en su presencia, pero totalmente confiados
en Él. Quiere que nos sintamos amados por Él y que, a partir de ese su amor
misericordioso, nos convirtamos en un signo del mismo para con nuestros
hermanos, de tal forma que les consolemos en sus tristezas, que hagamos
nuestros sus dolores, su hambre, las injusticias de que son víctimas; y les
remediemos esos males, pues Cristo quiere continuar su obra de salvación por
medio nuestro. Sólo así haremos que reine entre nosotros la paz que brota de un
auténtico amor fraterno. Si por ello nos persiguen y maldicen, llenémonos de
gozo, pues nuestra recompensa no serán los halagos de los hombres, ni sus
aplausos, sino el mismo Dios.
Celebramos la Eucaristía como el momento culminante del amor de Dios para con nosotros. El Memorial de la Pascua de Jesús nos habla de cómo el Señor entregó su vida para el perdón de nuestros pecados, y resucitó para darnos nueva vida. Así, quienes aceptamos el Don de Dios, somos elevados en Cristo a la misma dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Adoptados en Cristo, no sólo llamamos Padre a Dios, sino que lo tenemos como Padre en verdad. Las Bienaventuranzas, que hoy hemos meditado, no son sólo un discurso programático de Cristo, sino que se convierten como en una Revelación autobiográfica de quien, teniéndolo todo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y dio su vida para que Él pudiera presentarnos limpios de corazón ante su Padre Dios. ¿Habrá un amor más grande que el que Él nos ha tenido?
Celebramos la Eucaristía como el momento culminante del amor de Dios para con nosotros. El Memorial de la Pascua de Jesús nos habla de cómo el Señor entregó su vida para el perdón de nuestros pecados, y resucitó para darnos nueva vida. Así, quienes aceptamos el Don de Dios, somos elevados en Cristo a la misma dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Adoptados en Cristo, no sólo llamamos Padre a Dios, sino que lo tenemos como Padre en verdad. Las Bienaventuranzas, que hoy hemos meditado, no son sólo un discurso programático de Cristo, sino que se convierten como en una Revelación autobiográfica de quien, teniéndolo todo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y dio su vida para que Él pudiera presentarnos limpios de corazón ante su Padre Dios. ¿Habrá un amor más grande que el que Él nos ha tenido?
Las bienaventuranzas deben
convertirse en la encarnación de la Palabra amorosa y misericordiosa de Dios en
nosotros. Antes que nada hemos de ser conscientes de que la obra de salvación
es la Obra de Dios en nosotros. Por eso, desprotegidos de todo, nos hemos de
confiar totalmente en Dios, dispuestos en todo a hacer su voluntad con gran
amor, pues el proyecto del Señor sobre nosotros, su plan de salvación, es el
mejor y está muy por encima de cualquier otro que pudiésemos concebir nosotros.
Revestidos de Cristo y transformados en Él, debemos continuamente preocuparnos
del bien de los demás. Cristo nos ha dado ejemplo y va por delante de nosotros.
Nosotros no sólo vamos tras sus huellas y ejemplo, sino que Él continúa
actuando, continúa socorriendo, continúa consolando, continúa construyendo la
paz, continúa perdonando por medio de su Iglesia, que somos nosotros. Si en
verdad amamos al Señor, si en verdad somos sinceros en nuestra fe, trabajemos
constantemente por su Reino, sin importar el que por ello seamos perseguidos,
calumniados, o que seamos silenciados porque alguien, incómodo ante nuestro
testimonio del Evangelio, que es Cristo, y sin querer convertirse a Él, termine
con nuestra vida. Ante esas inconformidades de los demás, ante sus críticas y
falsos testimonios, alegrémonos, pues, sabiendo que continuamos la Obra de
salvación de Dios entre nosotros, estamos seguros de que nuestra recompensa
será grande en los cielos. En cambio, preocupémonos en verdad cuando los demás
nos aplaudan y nos alaben, pues así han sido siempre tratados los falsos
profetas.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos
dejar transformar, por obra del Espíritu Santo, en un signo real de Cristo, con
todo su amor y su misericordia para con nuestro prójimo, hasta que algún día el
Padre Dios nos reúna para siempre en el gozo eterno. Amén.
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