¡Amor y paz!
“Sin el amor que encanta
la soledad del ermitaño espanta.
Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía”
la soledad del ermitaño espanta.
Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía”
Este verso de Ramón de
Campoamor bien nos vale para ponernos a tono con el tema central del Evangelio
de hoy. Porque actualmente son muchos los matrimonios rotos, las familias
disfuncionales, las uniones débiles. De tal manera, es bueno recordar qué es lo
que Jesús nos aconseja a este respecto.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario,
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos
10,2-16.
Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?". Él les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?". Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella". Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio". Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Comentario
El P. Javier Gafo, S.J.,
gran bioeticista español muy conocido, fallecido hace algunos años, cita en uno
de sus libros una bella historia india. Un matrimonio muy pobre iba a celebrar
el aniversario de su matrimonio. Él daba vueltas y más vueltas a su cabeza, sin
éxito, pensando cómo conseguir unas pocas rupias para hacer un regalo a la
mujer que tanto amaba y que lo había acompañado durante casi toda su vida.
Hasta que le vino una idea que le produjo escalofrío: podría vender la pipa,
con la que todas las tardes se sentaba a fumar a la puerta de su casa. Con el
dinero, podría regalar a su mujer un peine para que pudiese peinar su bello y
largo cabello, que cuidaba con mucho esmero. Finalmente, con el corazón
dolorido y alegre al mismo tiempo, aquel hombre vendió su pipa y se acercó a su
casa, llevando envuelto en un pobre papel el peine que había comprado. Allí le
esperaba su mujer..., que había vendido su hermoso cabello negro para regalar a
su marido el mejor tabaco para su pipa.
El amor cristiano se caracteriza
porque supone entrega, don de sí, desprendimiento y aún sacrificio del uno por
el otro. Cuando Ignacio de Loyola habla del amor, al final de sus famosos
Ejercicios Espirituales, dice que hay que advertir en dos cosas: “La primera es
que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE 230); la
segunda es que “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber,
en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede,
y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene
ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al
otro” (EE 231).
‘Obras son amores y no buenas razones’, dice la sabiduría
popular. Y, por otra parte, la comunicación entre las partes, que dan y se dan
lo que son y tienen para hacer crecer y enriquecer a la otra parte. No se puede
amar sin entregar lo mejor de nosotros en la relación.
La Carta a los Efesios se
refiere a la relación matrimonial comparándola con la relación que existe entre
Cristo y a la Iglesia. Cuando he presenciado matrimonios y hemos hecho esta
lectura, se nota una satisfacción en el rostro de los novios cuando se lee la
primera parte del texto: “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al
Señor” (Efesios 5, 22). Pero cuando se explica la segunda parte, las novias son
las que parecen más satisfechas: “Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a
la Iglesia y dio su vida por ella” (Efesios 5, 25), porque de lo que se trata
es sencillamente de un amor que está dispuesto a la entrega hasta la muerte, y
muerte en cruz...
Este amor oblativo, sólo
será posible si marido y mujer se hacen una sola persona, que es lo que Jesús
propone para la relación matrimonial: “Por esto el hombre dejará a su padre y a
su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona. Así
que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que
Dios ha unido”.
Conviene, pues, alimentar constantemente esta decisión de amor
mutuo que, combinando el dolor y la alegría, se hace capaz de una entrega
generosa en el día a día de la relación. Amor que se traduce en obras y amor
que está dispuesto a dar y recibir en una permanente comunicación. Amor que
está dispuesto a vender su pipa o su hermoso cabello para encontrarse con el
otro, desde lo mejor de sí mismo.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá