martes, 7 de octubre de 2014

Jesús nos invita a no separar oración y acción

¡Amor y paz!

Hay muchas cosas que nos inquietan en la vida. Y no sólo a nivel personal, sino también social. Encontramos a muchos que han sido apaleados y dejados medio muertos; y nos detenemos ante sus diversos males para tratar de remediarlos, pues no es justo pasar de largo ante ellos. ¡Y cómo quisiéramos que muchos que se contentan con pasarse la vida a los pies de Jesús se hicieran solidarios de nuestros trabajos a favor de los demás para remediar sus males, y a favor de la justicia ante quienes han sido víctimas de los malvados!

El Señor nos quiere como discípulos suyos no sólo escuchando su Palabra, sino poniéndola en práctica cuando vivimos cercanos a los demás y tratamos de ser para ellos un signo del amor misericordioso de Dios. Por eso le hemos de pedir a Dios que nos ayude para que no nos quedemos en una religión de prácticas religiosas, sino que demos el paso a una fe que nos identifique con Cristo en su entrega por nosotros. Que Él nos ayude a vivir nuestra fe de un modo totalmente comprometido.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 27ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 10,38-42. 
Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada". 
Comentario

Acudimos a la Eucaristía como fieles discípulos del Señor. Su Palabra, pronunciada sobre nosotros, no sólo nos instruye, sino que nos envía para que vayamos a los diversos ambientes de nuestro mundo y vivamos aquello de lo que aquí hemos sido testigos: que el Señor parte su pan para nosotros; que se ha puesto afanoso por nosotros para purificarnos, para hacernos dignos hijos de Dios y para conducirnos a la posesión de los bienes definitivos, pues nos ha preparado un banquete eterno. ¿Qué preparamos nosotros para los demás? 

¿Sólo vamos a alimentarnos del Señor, o a ser fortalecidos por Él e ir después a hacer con nuestro prójimo lo mismo que el Señor ha hecho por nosotros? Que la Eucaristía sea el momento de vivir a fondo nuestro compromiso con Cristo para colaborar con Él en su obra de salvación, que ofrece a la humanidad entera.

El Señor nos invita a no separar acción de oración, ni oración de acción. Conocemos los males que azotan grandes sectores de la humanidad; reconocemos el trabajo de muchos que trabajan a favor de una vida mejor y más justa para los demás. Ante estas realidades nos acercamos al Señor como discípulos para conocer sus caminos; para dejarnos penetrar por su entrega a favor de los demás; para hacer nuestra su Vida y su Espíritu, y para meter la mano en la solución de aquello que esclaviza al hombre, no generando luchas fratricidas, sino generando una vida más justa, una economía que no sólo vele por los intereses de los poderosos, sino también por los intereses de los trabajadores, cuyas familias muchas veces viven desprotegidas, faltas de todo. 

Entonces no sólo se vivirá un paternalismo, entregando ayuda a los pobres, sino que se vivirá la comunión fraterna, compartiendo lo nuestro con las clases más desprotegidas. Escoger la parte mejor significa convertirse en discípulo de Cristo para después actuar como testigo suyo en las realidades concretas de cada día.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir nuestra fe en una sincera relación de amor con Él, pero también en un servicio amoroso y fraterno a nuestro prójimo. Amén.

Homiliacatolica.com