¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, con el método de
la lectio divina, en este viernes de la quinta semana de Cuaresma.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 20,10-13
He escuchado las
calumnias de la gente:
¡Terror por todas partes!
¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!".
¡Terror por todas partes!
¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!".
Todos mis familiares
espiaban mi traspié:
espiaban mi traspié:
¡Quizá se deje seducir,
lo podremos y nos vengaremos de él!".
lo podremos y nos vengaremos de él!".
Pero el Señor está
conmigo
como un héroe poderoso;
mis perseguidores caerán
y no me podrán,
probarán la vergüenza de su derrota,
sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.
como un héroe poderoso;
mis perseguidores caerán
y no me podrán,
probarán la vergüenza de su derrota,
sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.
¡Oh Señor todopoderoso,
que pruebas al justo,
que sondeas los pensamientos y las intenciones,
haz que yo vea cómo te vengas de ellos,
porque a ti he confiado mi causa!
que sondeas los pensamientos y las intenciones,
haz que yo vea cómo te vengas de ellos,
porque a ti he confiado mi causa!
Cantad al Señor, alabad
al Señor,
que libró al pobre
del poder de los perversos.
que libró al pobre
del poder de los perversos.
La acción profética de Jeremías ya no puede consistir en llamar al pueblo a la conversión. A lo largo de muchos años no se ha escuchado su voz. Ahora, por mandato de Dios, debe anunciar que el juicio divino es irrevocable. El castigo está a punto de caer sobre Israel: Jerusalén será entregada en manos del rey de Babilonia. En esta circunstancia, la más penosa de su dolorosa experiencia de profeta, derrama su última "confesión" (vv. 7-18), fragmento sumamente autobiográfico, aunque paradigmático del destino de todo verdadero creyente.
En unos pocos y conmovedores versículos, se evoca el
momento de la vocación (vv. 7-9). No se omiten los momentos desoladores y de
rebelión: persecuciones, calumnias, traiciones, constituyen el tejido de su
vida (v. 10). Pero, como Job, también Jeremías sale victorioso de la prueba:
tras el desahogo, brota un acto puro de fe en Dios (vv. 11-13). Es
significativa la solemne declaración inicial: "El Señor está conmigo como un héroe poderoso". Nos
remite directamente a las palabras que Dios mismo dirigió al profeta en el
momento de su vocación: "Yo estoy contigo para salvarte" (Jr 1,19).
A lo largo de su arduo
camino, aquellas palabras fueron lámpara para sus pasos. En adelante el profeta
no experimentará más resistencias ni rebeliones. Su vida estará erizada de
dificultades, pero se entrega totalmente al Señor, con la seguridad de que es
él quien salva al pobre perseguido.
Evangelio: Juan 10,31-42
Los judíos volvieron a
tomar piedras para tirárselas a Jesús. Pero él les dijo:
- He hecho ante
vosotros muchas obras buenas por encargo del Padre. ¿Por cuál de ellas queréis
apedreame?
Los judíos le
contestaron:
- No es por ninguna
obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú,
siendo hombre, te haces Dios.
Jesús les replicó:
- ¿No está escrito en
vuestra ley: Yo os digo: vosotros sois dioses?" Pues si la Ley llama
dioses a aquellos a quienes fue dirigida la Palabra de Dios, y lo que dice la
Escritura no puede ponerse en duda, " entonces, ¿con qué derecho me acusáis
de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo,
sólo por haber dicho "yo soy Hijo de Dios?” “Si yo no realizo obras
iguales a las de mi Padre, no me creáis; "pero si las realizo, aceptad el
testimonio de las mismas, aunque no queráis creerme a mí. De este modo podríais
reconocer que el Padre está en mí y yo en el Padre.
Así pues, intentaron de
nuevo detener a Jesús, pero él se les escapó de entre las manos.
Jesús se fue de nuevo
al otro lado del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando
Juan, y se quedó allí. Acudía a él mucha gente, que decía:
- Es cierto que Juan no
hizo ningún signo, pero todo lo que dijo acerca de éste era verdad.
Y en aquella región
muchos creyeron en él.
Estamos en el contexto de la fiesta de la Dedicación, en la que se celebra la santidad del templo, es decir, la vuelta al edificio sacro de la gloria de Dios, alejada por la profanación.
Jesús "se pasea" libremente
por el templo bajo el pórtico de Salomón, cuando es rodeado por los judíos: el
choque se hace cada vez más tenso, hasta el punto de que éstos intentaban
lapidarle. Muchas veces, en el pasado, los judíos habían tratado de arrestarle
por las "obras" que
hacía (curaciones en sábado...), pero ahora aparece un único motivo de condena:
la blasfemia, al hacerse él, que es un hombre, igual a Dios (v. 33). Esta será
la acusación alegada ante Pilato.
Jesús responde
puntualmente, en primer lugar poniéndose en un terreno común con sus acusadores
(la Palabra de Dios que no puede ser desmentida), luego apelando a su misma
experiencia (las obras que ha llevado a cabo). Es la última tentativa de
despertar sus corazones a la fe. Y por eso resulta tan significativa la urgente
insistencia de observar las obras que son "palabras ".
Si por ninguna de las
obras es Jesús digno de condena, ¿por qué no creer en la verdad de cuanto dice?
Pero también esta dolorida y vehemente llamada es desatendida. Se da una
incomunicación total. Jesús se va "de
nuevo" al otro lado del Jordán, fuera de la ciudad santa,
donde Juan había dado testimonio de la verdad, y aquí, donde también surgieron
los primeros discípulos, muchos comenzaron a creer. En la experiencia del mayor
rechazo, un germen de fe anticipa la gracia del acontecimiento pascual.
MEDITATIO
El cuarto evangelio
presenta siempre situaciones en las que se dividen los ánimos: se ofrece
bastante luz para poder creer, pero también la suficiente oscuridad para
justificar el rechazo de adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos
leído hoy concluye afirmando que "muchos creyeron en él", pero no todos. Algunos se dejan convencer, mientras que
otros se atrincheran en su postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque
desean "defender a
su" Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus
discípulos: "Llegará la hora
en la que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios" (Jn
16,2).
¿Acaso estas tendencias
extremas, diversas y contradictorias referentes a la fe no se encuentran,
aunque sea en grado menor, en nuestro corazón? Nuestra fe pasa con frecuencia
por altibajos. Es como si la muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro
de nosotros. Jesús con su ejemplo nos enseña cómo superar oscilaciones tan
peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado de ánimo, o el
escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros días. La fe
cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y permanezca firme, a
pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse sólidamente en la
Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su cumplimiento y
plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer nuestra fe en
esta Palabra que tiene rostro: el del Hijo igual al Padre.
ORATIO
Señor, ¿cómo creer que
eres Hijo de Dios cuando te haces presente en medio de nosotros de modo tan
desconcertante? ¡Cuántas veces quisiéramos también nosotros reducir al silencio
las exigencias de tu Palabra, cuando nos toca en lo vivo pidiéndonos opciones
costosas y coherentes! ¿Acaso nuestras resistencias, nuestros rechazos o
indecisiones no pesan en tu corazón como las piedras que los judíos cogieron
para lapidarte?... Pero tú huyes.
Señor, tú huyes siempre de
la presa, de los que tratan de reducirte a su medida, a sus ideas, a sus
imágenes, a sus absurdas pretensiones de comprender y explicar todo. Tú huyes
de las miradas de los que se miran a sí mismos y sus ideas, cuando deberían
fijar los ojos en ti y en tu luz.
Señor, concédenos acogerte
en tu Palabra de verdad, de acogerte a ti, que te revelas como Hijo del hombre
e Hijo de Dios. Derrama tu luz sobre nosotros para que nos permita creer sin
vacilar, para que nos conceda perseverar en la fe sin ceder a compromisos
alienantes.
CONTEMPLATIO
Agradecemos al Único que
realizó con su vida lo que estaba escrito de él en la Sagrada Escritura que lo
que no podíamos comprender con la simple escucha, se aclarase viéndolo. El,
como se lee en el libro del Apocalipsis, abrió
el libro sellado que nadie podía abrir ni leer, revelándonos con su pasión y
resurrección todos los misterios en él contenidos. Y, asumiendo los males de
nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y de su gloria. Pues se
hizo carne para hacernos espirituales, en su bondad se humilló para
ensalzarnos, salió para que pudiésemos entrar, apareció visible para mostramos
las cosas invisibles, padeció azotes para curarnos, soportó los ultrajes y
burlas para librarnos de la vergüenza eterna, murió para darnos la vida. El,
que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se dejó
prender y flagelar, porque si no hubiese asumido lo propio de nuestra
debilidad, no hubiese podido elevarnos con el poder de su fuerza.
Por consiguiente, para
realizar su misión, ha llevado a cabo una obra extraordinaria. Para ejecutar su
plan ha hecho algo insólito, porque siendo Dios se ha encarnado para elevarnos
hasta su justicia. Por nosotros se ha dignado soportar los azotes como hombre
pecador. Hizo, pues, algo inaudito, ajeno a su ser, para ejecutar su obra:
porque sufriendo soportó nuestros males, llevándonos a nosotros, sus criaturas,
a la gloria de su potencia (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4, 19s: CCL 142, 271-273).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: "Yo te amo, Señor, mi fortaleza" (Sal
17,2b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Soportar los ultrajes, ser
objeto de burla a causa de la fe, es una señal de los creyentes, a lo largo del
tiempo. Hace mal al cuerpo y al alma cuando no pasa un día sin que el nombre de
Dios sea expuesto a la duda o la blasfemia.
¿Dónde está tu Dios? Yo lo
confieso ante el mundo y ante todos sus enemigos cuando desde el abismo de mi
miseria creo en su bondad, cuando desde la culpa creo en su perdón, desde la
muerte en la vida, desde la derrota en su victoria, desde el abandono en su
presencia llena de gracia. Quien ha encontrado a Dios en la cruz de Jesucristo
sabe cómo Dios se esconde de modo sorprendente en este mundo, sabe cómo está
presente al máximo precisamente donde pensábamos que estaba sumamente lejano.
Quien ha encontrado a Dios en la cruz perdona también a todos sus enemigos,
porque Dios le ha perdonado.
Oh Dios, no me abandones
cuando tenga que padecer ultrajes; perdona a todos los ateos, porque me has
perdonado a mí, y lleva a todos a ti, por la cruz de tu hijo amado. ¡Abandona
cualquier preocupación y espera!
Dios sabe el momento de ayudarte y llegará
sin duda, pues es Dios verdadero. El será la salvación de tu rostro, pues te
conoce y te ha amado aun antes de crearte. No dejará que caigas. Estás en sus
manos. Sólo podrás dar gracias por todo lo sucedido, porque habrás aprendido
que Dios omnipotente es tu Dios. Tu salvación se llama Jesucristo.
Trinidad de Dios, te doy gracias
por haberme elegido y amado. Te doy gracias por los caminos por los que me
guías. Te doy gracias porque tú eres mi Dios. Amén (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1995,
40s).