Al reanudar la actualización
del blog del Movimiento Fratres, reiteramos nuestros deseos porque el 2014 sea
un año pleno de bendiciones, amor y paz para todos nuestros lectores y seguidores.
El bautismo de Jesús es
una escena epifánica, que certifica una vez más la divinidad de Jesús. En este
sentido el bautismo culmina el ciclo navideño: si la Navidad es la
manifestación de Cristo en el ámbito humilde de Belén, y la Epifanía es la
manifestación universal, a todos los pueblos, el Bautismo es la manifestación
absoluta, en plenitud, de la divinidad de Cristo. De hecho, podríamos afirmar
que, propiamente, el Bautismo es un eco o continuación de la fiesta de
Epifanía, ya que completa su sentido con otra escena de tipo epifánico o
teofánico (manifestación de Dios).
El núcleo de la liturgia
de hoy es el texto del evangelio que nos muestra a Jesús en el momento de ser
bautizado por Juan en el Jordán, y es ungido por el Espíritu Santo y proclamado
Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo. Sin duda, esta escena está
muy elaborada, presenta un gran contenido teológico, y concretamente trinitario:
el Padre revela que Jesús es su Hijo y lo unge con el don del Espíritu. A
partir de aquí, Jesús ya puede empezar a llevar a término la misión encomendada
por el Padre en medio de los hombres. (Xavier Aymerich).
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la
fiesta del Bautismo del Señor.
Evangelio según San Mateo 3,13-17.
Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!". Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
Comentario
Después de haber pasado
treinta años de su vida en el anonimato de Nazaret, dedicado a los trabajos
ordinarios y sencillos de una vida campesina, Jesús decidió un día, dejar atrás
sus pequeñas seguridades y ponerse en camino hacia el sur, junto al río Jordán,
donde Juan estaba bautizando. Se despidió de los suyos y se lanzó a una
aventura de la cual no regresaría más. Tomó una decisión que resultó ser trascendental
para su vida y para la nuestra. Por eso,
vale la pena preguntarse ¿Qué fue lo
que llevó a Jesús a tomar esta decisión?
¿Qué esperaba encontrar con el
bautismo de Juan? ¿Cuáles fueron los sentimientos que lo acompañaron durante
este recorrido de más de cien kilómetros desde Nazaret hasta el lugar donde
recibió su bautismo? ¿Fue un viaje solitario o lo hizo en compañía de algunos
amigos y amigas que también buscaban lo mismo?
Seguramente a Nazaret
llegaron las noticias de lo que Juan el Bautista estaba haciendo en un recodo
del río Jordán, cerca de Betabara: Invitaba a los pecadores a cambiar de vida,
a preparar los caminos del Señor. La llegada del Mesías era algo que todos los
israelitas habían esperado con impaciencia durante muchos años. Todos esperaban
al Ungido de Dios que liberaría a Israel de la dominación romana y les
devolvería la libertad. Haría de ellos una gran
nación. Los guiaría en la
construcción de una sociedad que fuera sólo de Dios.
Muchos de los estudiosos
de la Biblia se preguntan si Jesús tenía en este momento de su vida una
conciencia plena de su misión, o si la fue descubriendo poco a poco, a través
de los mismos acontecimientos históricos que siguieron, a partir de esta
decisión.
Todos nosotros, en un
momento u otro de nuestra vida, sentimos la llamada a reorientar nuestro
camino. Tuvimos que tomar la decisión de dejar atrás los espacios y las
personas conocidas que formaban nuestro entorno vital.
Dirigimos nuestros pasos
hacia rumbos desconocidos, sobre los cuales no estábamos totalmente seguros.
Nos aventuramos a establecer nuevas relaciones, nuevas prácticas, nuevas formas
de comunicación con nuestro entorno, nuevas formas de pensar la misma realidad.
Caminamos hacia lo desconocido confiados en la promesa y en la fidelidad de Dios.
Por Él y en Él, nos fuimos a descubrir nuevos horizontes. De la mano de Dios
también salió Jesús de Nazaret y fue a bautizarse junto con todos los pecadores
y pecadoras de su tiempo, que acudían a recibir el baño regenerador del
bautismo de Juan.
Ver a Jesús dirigirse
hacia lo desconocido, confiado solamente en la cercanía de su Padre Dios, nos
anima a emprender también un camino nuevo cada día, con la confianza de que
Dios nos acompañará y repetirá de nuevo lo que el mismo Jesús escuchó en el
Jordán: “Este es mi hijo amado, a quien he elegido”.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá