lunes, 25 de julio de 2011

El que quiera ser grande, que se haga servidor

¡Amor y paz!

Ayer reflexionábamos acerca de que la lectura y meditación de la Palabra debe llevarnos a ver la realidad con los ojos de Dios. Pues bien, en esa misma tónica, el Evangelio de hoy nos invita a reconocer que el cristiano no tiene que ver los temas del Reino con los mismos ojos con que los ve el mundo. Son muy distintos los valores del mundo, tener, placer y poder, a los valores del Reino de Dios, que nos propone Jesús en el Evangelio. Recordemos que Jesús lo dijo: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 33ss).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este lunes en que, como Iglesia, celebramos la fiesta de Santiago apóstol.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 20,20-28.

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".  Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

Comentario

Ser cristiano no puede ser un pretexto para situarse bien en el mundo, para escalar  primeros puestos o acceder a desmedidos privilegios. Cuando la religión se degrada a esos  menesteres, la fe fácilmente deriva en pseudo-creencia o en peligroso fanatismo.

Ser cristiano es seguir a Xto, no fabricarse hermosas ensoñaciones o atesorar buenos  deseos. Seguir a Xto es acompañarle, de momento, en su subida a Jerusalén, la ciudad que  asesina a los profetas y a los enviados de Dios, porque le estorban e incordian.

Quizá en otros tiempos, no muy lejanos, pudo resultar bien visto o cosa de buen tono el  ser y aparecer como cristiano. Hoy día no es así. Incluso hoy, en un clima de libertad  religiosa, puede resultar enojoso el tener que hacer frente a un cierto revanchismo de otros  tiempos. Como dice Pablo, en la carta a los corintios que hemos leído (2Co/04/07-15),  pudiera parecer a veces que nos atosigan por todas partes, aunque no pueden hundirnos;  pudiera parecernos que se nos ríen y burlan, aunque no pueden desanimarnos; y podría  suceder que sintiéramos incluso una cierta persecución o campaña en contra, aunque no  puedan aniquilarnos.

¿Podemos beber el cáliz? ¿Estamos dispuestos a afrontar todo por amor a Jesús y por su  evangelio? El desafío cristiano espera de nosotros una respuesta generosa y reflexiva,  como la de los hijos del trueno: "podemos". La fe es una opción, una respuesta incondicional  a la palabra de Dios, un sí rotundo a la llamada de Jesús. Y hoy, al recordar y celebrar con  Santiago nuestra llamada a la fe, es momento propicio para renovar nuestro compromiso. Aunque, tal vez adoctrinados por nuestra propia experiencia, tenemos que matizar nuestro  entusiasmo y contar, sobre todo, con la gracia de Dios. Porque podemos ser fieles al  evangelio, pero no sin la gracia de Dios.

Necesitamos, más que nunca, sentirnos unidos en su Iglesia y a su Iglesia. Es demasiado  peligroso ese esnobismo, demasiado frecuente en nuestro tiempo, de hacer alarde de  cristianismo y de menosprecio a la Iglesia. No podemos prescindir de la mediación de la Iglesia, querida por Jesús. También resulta temerario ese prurito de ser fieles al evangelio,  menospreciando las prácticas sacramentales, la misa, la oración, como si todo se redujera  sólo a una lucha por la justicia, a un compromiso meramente temporal.

Debemos recordar que sólo podemos ser cristianos con la gracia de Dios. Y la primera  gracia de Dios es su Iglesia. (...).

Celebrar la eucaristía es comer el pan y beber el cáliz. Con ese gesto de comunión  significamos nuestra comunión con Jesús y con los hermanos. Comulgamos, pues, con la  causa de Jesús. Así damos sentido a nuestra fe y nos enrolamos en la misión de la Iglesia, fundada sobre los apóstoles. La fiesta de Santiago, el apóstol de Jesús, el primer testigo de  entre los apóstoles, será un motivo de gozo y de alegría para todos, si todos estamos como él, como el hijo del trueno, dispuestos a apurar el cáliz de Jesús hasta el fin. Y podemos  hacerlo, si queremos, porque la gracia de Dios está con nosotros. 

EUCARISTÍA 1985, 34