¡Amor y paz!
Jesús pide un lenguaje y
unas actitudes de coherencia. Si trabajamos a partir de la razón natural y de
sus conocimientos, es obligado ser coherentes. ¿Y cómo no vamos a serlo si
trabajamos a partir de una actitud de fe?
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 12,54-59.
Dijo también a la multitud: "Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".
Comentario
Si conociendo las
Escrituras percibimos que en Jesús se están cumpliendo lo que del Mesías
anunció Dios por medio de la Ley y los Profetas, ¿Habrá razón para rechazarlo?
¿Habrá razón para seguir esperando otro Mesías? Nosotros decimos creer en Él,
¿Somos sinceros en nuestra fe? o ¿Actuamos con hipocresía de tal forma que, a
pesar de nuestros rezos, vivimos como si no conociéramos a Dios y a su Hijo,
enviado a nosotros como Salvador? No podemos llamarnos realmente hombres de fe
en Cristo cuando, según nosotros, vivimos en paz con el Señor, pero vivimos
como enemigos con nuestro prójimo. Si al final llegamos ante el Señor divididos
por discordias y egoísmos, en lugar de Vida encontraremos muerte; en lugar de
una vida libre de toda atadura de pecado y de muerte, estaremos encarcelados y
sin esperanzas de la salvación, que Dios concede a quienes aman a su prójimo
como Cristo nos ha amado a nosotros.
En la Eucaristía, el Señor
nos reúne para hacernos partícipes de su perdón y de su paz; para hacernos
partícipes de su vida y de su amor. Él se convierte en fortaleza nuestra para
que el pecado no vuelva a dominarnos. Viviendo en comunión de vida con Él, su
victoria será eficaz en nosotros; entonces nos convertiremos en una continua
alabanza del Nombre de Dios y en un signo real y concreto del amor para nuestro
prójimo. Por eso la participación en la Eucaristía es un compromiso de
fidelidad al Señor que nos libra de la esclavitud de la muerte y nos hace
caminar a impulsos no ya de nuestras inclinaciones pecaminosas, sino a impulsos
de la Vida de Dios y de su Espíritu en nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón
y todo nuestro ser, a la comunicación de la Gracia que el Señor nos ofrece.
Vayamos a nuestra vida
diaria con el corazón renovado y la mirada limpia; vayamos con un corazón capaz
de amar a nuestro prójimo y de hacerle el bien. Seamos un signo de Cristo en
nuestro mundo. Que todos alcancen a percibir que la Salvación, que Dios ofrece
a la humanidad, se ha cumplido en nosotros. No vivamos pecando, no vivamos
destruyéndonos, no vivamos divididos. Quien vive esclavo del pecado, aun cuando
con los labios confiese a Jesús como Señor, con sus obras estará denigrando su
Santo Nombre. Seamos, pues, constructores de un mundo más fraterno, más libre
de signos de muerte. Entonces, realmente, podremos decir que el Reino de Dios
no sólo se ha acercado a nosotros, sino que ya está dentro de nosotros.
Que
Dios nuestro Padre nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, vivir en fidelidad a su Voluntad; de tal forma que por medio de
la eficacia de su Palabra y la acción del Espíritu Santo en nosotros, seamos,
ya desde ahora, santos como Dios es Santo. Entonces la Iglesia será en el mundo
un signo creíble de Cristo, el cual, por medio de ella, conducirá a todos los hombres
a la eterna Salvación. Amén.