¡Amor
y paz!
Hoy
le hacen otra pregunta a Jesús, con el fin de hacerlo quedar mal. Esta vez, con
respecto a la resurrección de los muertos, en la cual no creen quienes
preguntan.
Lo importante
del texto es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivientes. Que nos tiene
destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar
siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra
propia muerte.
La
muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la
afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no
morirá para siempre».
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este
miércoles de la 9a. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Marcos 12,18-27.
Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: "Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: 'Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda'. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les dijo: "¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error".
Comentario
Hoy,
la Santa Iglesia pone a nuestra consideración —por la palabra de Cristo— la
realidad de la resurrección y las propiedades de los cuerpos resucitados. En
efecto, el Evangelio nos narra el encuentro de Jesús con los saduceos, quienes
—mediante un caso hipotético rebuscado— le presentan una dificultad acerca de
la resurrección de los muertos, verdad en la cual ellos no creían.
Le
dicen que, si una mujer enviuda siete veces, «¿de cuál de ellos [los siete
esposos] será mujer?» (Mc 12,23). Buscan, así, poner en ridículo la doctrina de
Jesús. Mas, el Señor deshace tal dificultad al exponer que, «cuando resuciten
de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán
como ángeles en los cielos» (Mc 12,25).
Y,
dada la ocasión, Nuestro Señor aprovecha la circunstancia para afirmar la
existencia de la resurrección, citando lo que le dijo Dios a Moisés en el
episodio de la zarza: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob», y agrega: «No es un Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,26-27). Ahí
Jesús les reprocha lo equivocados que están, porque no entienden ni la
Escritura ni el poder de Dios; es más, esta verdad ya estaba revelada en el
Antiguo Testamento: así lo enseñaron Isaías, la madre de los Macabeos, Job y
otros.
San Agustín describía así la vida de eterna y amorosa comunión: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos».
San Agustín describía así la vida de eterna y amorosa comunión: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos».
Nosotros,
lejos de dudar de las Escrituras y del poder misericordioso de Dios, adheridos
con toda la mente y el corazón a esta verdad esperanzadora, nos gozamos de no
quedar frustrados en nuestra sed de vida, plena y eterna, la cual se nos
asegura en el mismo Dios, en su gloria y felicidad. Ante esta invitación divina
no nos queda sino fomentar nuestras ansias de ver a Dios, el deseo de estar
para siempre reinando junto a Él.
Pbro. D. Federico Elías Alcamán Riffo
(Puchuncaví-Valparaíso, Chile)