¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este viernes de la 31ª semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 16,1-8.
Jesús decía a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'. El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'. 'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'. Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Comentario
Para avanzar un poco en la comprensión del texto, es útil que
salgamos de una idea muy común pero que en realidad no tiene fundamento.
Solemos pensar que las parábolas son como "modelos" que Jesús nos
está presentando, como si quisiera decirnos: "hagan esto; ¿vieron lo que
les mostré? ¡pórtense de esa manera!". Jesucristo es un maestro de la
palabra. Si quisiera decirnos: "sean honrados, no sean malas personas...",
o cosas parecidas, ¡pues nos lo diría, sin más!
Así pues: en primer lugar, el objetivo de las parábolas no es
simplemente decirnos con imágenes y colores lo que podría decirnos con
palabras; y en segundo lugar, tampoco se trata de recordarnos los preceptos que
ya estaban bien claros en la Ley de Moisés.
La parábola no nos enseña simplemente con "lo que dice",
sino que es un modo de enseñarnos a ver nuestra propia realidad. En nuestro
mundo real hay gente tramposa, y hay momentos en que a los tramposos se les
complica la vida. La pregunta es: ¿podemos aprender algo de ahí? Desde la
perspectiva de la Ley de Moisés la respuesta sería moralista y directa:
"¡Nada! ¡Sólo que al malvado debe irle mal!". Pero esa respuesta,
aparte de poner un muro entre los de la ley y los sin ley, no nos ayuda mucho.
Cristo da un paso más: toma ese hecho,
que en sí es lamentable, y lo convierte en un lenguaje para provecho del reino.
No quiere que nos detengamos en el hecho, sino que aprendamos a mirar todo, incluso
lo ordinario o tramposo del mundo, y de allí saquemos enseñanzas para
encontrarle la lógica, la belleza y la verdad al mensaje del reino de Dios.
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