¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves después de Ceniza.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 9,22-25.
Jesús dijo a sus discípulos: "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?
Comentario
Dios nos invita a elegir y
a la vez nos apremia a tomar una determinada opción. Parece contradictorio: el
Dios que me hizo capaz de bien y de mal luego me invita a que elija el bien y
rechace el mal. Tal vez por eso algún existencialista dijo que el hombre estaba
"condenado" a ser libre. ¿Por qué Dios, que sabe cuál es mi bien,
abre para mí la tremenda posibilidad de no elegir ese bien?
Es que el bien no es en
primer lugar una "cosa" que hacemos, sino aquello que somos, aquello
que alcanzamos ser a través de los que decimos, pensamos, optamos y vivimos. Es
verdad que existe el bien forzoso, que a su modo "practican" los
planetas, siguiendo rígidamente sus órbitas, o las plantas, cumpliendo las
leyes de la biología, o los animales, obedeciendo sin protestas el curso de sus
instintos. Esos bienes existen y tiene la altura y cualidad de los seres que
los realizan, pero no pueden elevarse de allí a la consideración de su propio
ser o de su propio obrar. Desconocen la majestad que revelan en una armonía que
les precede y les domina en silencio.
Algo distinto quiso Dios para unos de sus
seres, que somos precisamente nosotros. Sólo en nosotros el pensamiento se
levanta a la consideración de su propio origen y de su último fin. Somos las
únicas creaturas visibles que pueden decir "no" a sus propios
impulsos y detenerse a sí mismos en el curso de los deseos que parecerían
inevitables. ¿Has visto a un buey tomando la decisión de ayunar? ¿Conoces
conejos que, después de madura deliberación deciden no tener más conejitos?
¿Escuchaste de alguna vaca que analizara juiciosamente si el pasto debe ser su
alimento por los siglos de los siglos?
Dios, pues, nos ha creado
con su poder, nos educa con su sabiduría y nos mueve con su amor. Quiere hacer
verdad y realidad en nosotros un bien nuevo, un bien inédito entre las
creaturas visibles: el bien de aquel que, en libertad, con lucidez y amor, se
levanta sobre sí mismo y saluda con gratitud a su Hacedor.
Carga con tu cruz
Mi experiencia ha sido
esta: que entender rectamente qué es eso de la propia cruz es como otra cruz.
Y sin embargo, la palabra
del Señor está ahí, y está para nuestra salvación: "el que quiera venir en
pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me
siga". Es propia de Lucas esa expresión que da un matiz particular a la
enseñanza del Señor: cargue con su cruz "cada día".
La primera lectura nos
invita a elegir; el evangelio de hoy también. El Deuteronomio nos pide elegir
la vida; el Evangelio, elegir la Cruz. Sin embargo, es una misma elección, pues
Jesús advierte: "el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar todo
el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?" (Lc 9,25). Elegir la vida
es elegir a Cristo, y elegir a Cristo es elegir al Crucificado.
¿Cuál es mi cruz? Sólo
puedo conocerlo y decirlo en relación con la Cruz de Cristo. En esa Cruz veo
dolor y amor; sufrimiento y paz; veo el límite de las fuerzas humanas y los
extremos de la piedad divina; encuentro tragedia y providencia, abandono total
y solidaridad sin límites; muerte que acecha y vida que asoma. Son las señales
de la Cruz de mi Señor; son las señales de mi propia cruz.
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