viernes, 23 de julio de 2010

«El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará fruto»

¡Amor y paz!

Jesús nos dará hoy un ejemplo de esa interpretación espiritual necesaria para entender el significado de las parábolas. Compara a los hombres con cuatro clases de terreno: la misma simiente, la misma Palabra divina, dan resultados más o menos profundos según la respuesta que cada uno le demos a la Palabra.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,18-23.


Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".


Comentario

a) Jesús explica otro aspecto de la parábola del sembrador: las diversas clases de terreno que suele encontrar la Palabra de Dios. Jesús mismo hace hoy la «homilía»: la aplicación de la Palabra a nuestra vida.

Los diversos terrenos que encuentra la semilla que sale de la mano del sembrador se describen muy claramente:

- la que cae al lado del camino y desaparece pronto por obra del maligno;
- la que cae entre piedras y no arraiga, porque es superficial e inconstante y ante cualquier dificultad sucumbe;
- la que se siembra entre zarzas y espinas, que no llega a prosperar por las diversas preocupaciones de la vida, sobre todo la de las riquezas;
- y, finalmente, la semilla que cae en tierra buena, la tierra de quien escucha y acoge la Palabra, y produce el ciento o el sesenta o el treinta por uno.

b) Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre el ciento por ciento de fruto.

¿Nos atreveríamos a decir que es así? Bueno será que nos preguntemos cada uno por qué la semilla del Sembrador, Cristo, no produce todo el fruto que él espera: ¿estamos distraídos? ¿Somos superficiales? ¿Andamos preocupados por otras muchas cosas y no acabamos de prestar atención a lo que Dios nos dice? ¿Tenemos miedo a hacer caso del todo a su Palabra?
A lo largo de las páginas del evangelio, se ve que la predicación de Jesús no en todos produce fruto: por superficialidad, hostilidad o inconstancia. Cuando, por ejemplo, Jesús les anunció el don de la Eucaristía -diciéndoles que sólo si creían en él, más aún, si le comían, iban a tener vida-, se le marchó un buen grupo de discípulos, asustados de lo que exigía el Maestro (Jn 6,60).

La Palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz, salvadora, llena de vida. Pero, si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejamos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra y hemos recibido a Cristo mismo como alimento?

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 183-186
www.mercaba.org