¡Amor y paz!
Ayer el interesado por
saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a los
suyos. Incluidos nosotros. ¿Quién es él? ¿Es un personaje real o ficticio? Es
un hombre importante, ¿pero sólo hombre? ¿Es Dios? ¿Sólo Dios? ¿Es un profeta, importante,
pero profeta? ¿Es nuestro Salvador o alguien que simplemente hace milagros?
Muchas veces no advertimos
quién es Jesús realmente. A veces preferimos a otros personajes y lo dejamos a
Él a un lado. Recién nacido, en ocasiones lo convertimos en un personaje ‘secundario’
y le damos más importancia a ‘Papá Noel’ o a ‘Santa Claus’.
¿Cuántas veces muchos que
se dicen cristianos prefieren rendirle culto a un santo o una santa o a un
ángel y marginan a Jesús? O ¿cuántos intentan llegar al Padre ‘directamente’ y hacen
caso omiso que Él es el Camino, la Verdad y la Vida? Piense en qué Cristo cree
y sabrá que clase de cristiano es.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XV Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 9,18-22.
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Comentario
¿Quién es Jesús para
nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras magistrales nacidas
del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo
que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en
nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de
cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida
para poder llevar una existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones
equivocadas. Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre
sufra mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los
escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está
dando a conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su
sangre, de su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha
salido a nuestro encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de
participar de su Gloria a la diestra de su Padre. Él quiere, así, que seamos
sus amigos y hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que
le corresponde como Hijo. Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra
existencia, y aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu
no sólo digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino
que esa realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia
y a convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.
El Señor nos manifiesta su
amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él sigue amándonos y
confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que estemos con Él en este
momento de soledad, convertido en momento de soledad sonora por estar en un
diálogo de amor con Él. Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar
solitario a orar, así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro
personal podamos responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en
nuestra vida. Este momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede
reducirse a un desgranar oraciones por costumbre; es el momento de tomar
conciencia de lo que Dios es en nuestra vida y de lo que nosotros somos para
Dios.
Abramos todo nuestro ser
para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa Comunión de Vida
entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será un ir como
criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura de hijos
de Dios y esforzándose para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de
las actividades de los hombres, reinando la paz, la justicia, la bondad, la
fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos
venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros e impulsará nuestra
vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con
los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del
amor salvador de Dios para todos los pueblos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.
Homilía
Católica