viernes, 28 de septiembre de 2012

Y nosotros, ¿quién decimos que es Jesús?

¡Amor y paz!

Ayer el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a los suyos. Incluidos nosotros. ¿Quién es él? ¿Es un personaje real o ficticio? Es un hombre importante, ¿pero sólo hombre? ¿Es Dios? ¿Sólo Dios? ¿Es un profeta, importante, pero profeta? ¿Es nuestro Salvador o alguien que simplemente hace milagros?

Muchas veces no advertimos quién es Jesús realmente. A veces preferimos a otros personajes y lo dejamos a Él a un lado. Recién nacido, en ocasiones lo convertimos en un personaje ‘secundario’ y le damos más importancia a ‘Papá Noel’ o a ‘Santa Claus’.

¿Cuántas veces muchos que se dicen cristianos prefieren rendirle culto a un santo o una santa o a un ángel y marginan a Jesús? O ¿cuántos intentan llegar al Padre ‘directamente’ y hacen caso omiso que Él es el Camino, la Verdad y la Vida? Piense en qué Cristo cree y sabrá que clase de cristiano es.   

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,18-22. 
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". 
Comentario

¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas. Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su Gloria a la diestra de su Padre. Él quiere, así, que seamos sus amigos y hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le corresponde como Hijo. Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.

El Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de soledad sonora por estar en un diálogo de amor con Él. Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar, así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida. Este momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede reducirse a un desgranar oraciones por costumbre; es el momento de tomar conciencia de lo que Dios es en nuestra vida y de lo que nosotros somos para Dios. 

Abramos todo nuestro ser para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa Comunión de Vida entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será un ir como criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura de hijos de Dios y esforzándose para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de las actividades de los hombres, reinando la paz, la justicia, la bondad, la fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros e impulsará nuestra vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del amor salvador de Dios para todos los pueblos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

Homilía Católica